contacto@codigotlaxcala.com
2461205398 / 2461217662
Días Jacaranda
Para Antonieta
En la capital del país algunas iracundas arrojaron bombas molotov contra la fachada del Palacio Nacional. En Sonora, grafitearon sobre una pilastra de la Catedral Metropolitana la frase “Pedófilos, los niños no se tocan”. En Xalapa, una mamá llevó a la marcha una foto de Nora Liz, su hija “desaparecida” el pasado 11 de noviembre, en plena era 4T de la felicidad mexicana.

No han sido suficientes la furia ni el dolor de tantas víctimas para saciar al torvo México feminicida. En Boca del Río, Veracruz, en el Día de la Mujer una chica embarazada de 16 años fue ultimada a balazos en presencia de sus familiares. Cinco horas después, en un lote baldío de Torreón, Coahuila, hallaron el cuerpo martirizado de una joven de entre 20 y 25 años de edad. Al comenzar el día, muy de madrugada el cuerpo de Nadia Verónica en un camino de Guanajuato.
Días antes, al promover #UnDíaSinMujeres, Nadia había escrito a sus padres el siguiente mensaje premonitorio: “Si algún día soy yo, sepan que jamás me rendí, que peleé hasta mi último aliento, que disfruté de la vida, que reí y bailé hasta cansarme, que amé todo lo que hacía, que alcé mi voz y no me quedé callada, que realmente pensaba que el mundo podía cambiar pero terminó quitándome la vida”.

Marchan por todas partes. En la ciudad de México gobernada por la goyera Claudia Sheinbaum, casi cien mil. Sin frutsis ni apoyos sociales. Hubo 80 detenidas y varias heridas por petardos. Una con quemaduras de segundo grado, la reportera de El Universal Berenice Fregoso. Otra, una policía que cubrió la marcha en su día de descanso, Lucero San Juan, malherida en el rostro por una esquirla.
Las reacciones de los gobernantes a las marchas del fin de semana están siendo previsibles. El presidente López Obrador se autodefinió “experto en feminismo”, luego espetó, muy decimonono él, que además de periodistas y políticos también “hay feministas neoliberales”, y para algarabía de sus fieles, de gira por Zacatecas se puso a intercambiar besos con la esposa, en Calvillo y Jerez.

Tales para cual, las funcionarias del presidente.
“Así no”, reclamó Beatriz Gutiérrez a las erinias. Pero las palmas de la estolidez de género las ganó de nuevo Irma Eréndira Sandoval, cónyuge del consejero presidencial y adoctrinador prodictaduras John Ackerman, al denostar la condición de las mujeres “tortilleras” a la vez que enalteció a las que, como ella misma, viven del generoso subsidio gubernamental al mediocre mundillo académico de México.
No tan distinta de las mujeres del presidente lució Beatriz Paredes en su natal Tlaxcala, al presumir en Apetatitlán ante compañeras de la ONMPRI la paridad de género autoimpuesta por la clase política. Más “macha” que muchos, la exgobernadora pareció poner en duda la legitimidad de las protestas. ¿Para qué tanto ímpetu -cabe deducir de lo dicho por la lideresa moral tricolor- si gracias al PRI somos la nación latinoamericana más avanzada en materia de igualdad de género?

A despecho de dicho simulacro de igualdad, las cifras coincidentes en el tiempo con la paridad burocrática describen otro México. Uno anegado en crímenes de un sadismo y desprecio tales hacia las mujeres, que excede y por mucho el horror cotidiano al que están expuestas en las naciones musulmanas.
Más relajado que las féminas bien empoderadas en cargos de gobierno, el escultor del Madero ecuestre de Bellas Artes, Javier Marín, publicó en Instagram fotos de su obra pintarrajeada por las furiosas. Anotó al pie: “¡Bien! Por eso se instaló sin pedestal, para que el ‘Padre de la democracia’ fuera parte de las manifestaciones. Ojalá se quedara así como testimonio de esta protesta”.

Rara avis. Un hombre mexicano dando más importancia a la masacre de mujeres mexicanas de carne y hueso que a los símbolos materiales del poder político. Artista tenía que ser.
Quedan las consignas coreadas por mujeres unidas por el género y por todos.
“Respeta mi existencia o espera resistencia.”
“Nos quitaron tanto que nos quitaron el miedo.”
“No quiero sentirme valiente cuando salgo a la calle, quiero sentirme libre.”
Y un magnífico dardo contra el corazón del machismo emblemático de la historieta mexicana: “Ni flojitas ni cooperando”.
Hoy lunes no fue un día normal. En el Metro de la CDMx hubo paso franco porque las taquilleras se unieron a la ausencia. Los diarios reportan calles, escuelas e instituciones vacías o escasas de mujeres. No estar, podría ser una palanca aún más eficaz que protestar…

En México, #MeToo fue una llamarada exterior, un espectáculo lejano. Algo dejó, sin duda, lo mismo que el aristocrático feminismo académico. Pero la chispa de la marea morada del domingo y de este vacío de #UnDíaSinMujeres, es la violencia sexual.
El abuso dentro y fuera del hogar, en las iglesias, en las escuelas, en los lugares de trabajo. En la cama donde nos procreamos la mexicanidad.
“Es la revolución del siglo”, tituló Ricardo Raphael su columna de este lunes.
COHETERÍA
DEMOCRACIA ALEMANA Al revisar el pasado inmediato -en tantas cosas sustancial a nuestro presente- ciertamente sorprende advertir que tras derrotar militarmente a Japón y Alemania, los Estados Unidos se empeñaran en rescatar de los escombros a dos naciones que habían sido sus feroces enemigas. La razón es de sobra conocida: uno de los vencedores, Stalin, había impuesto gobiernos marxistas en las naciones ocupadas por el Ejército Rojo, sin hacer excepción de la zona berlinesa que quedó bajo control soviético. Un nuevo imperio totalitario, no menos amenazante que el nacionalsocialismo, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) emergía entre las ruinas de Europa. Mientras tanto, otro régimen comunista, la dictadura de Mao, se hallaba empeñada desde antes de su llegada al poder en 1949 en expandir su influencia sobre el sudeste asiático ocupado sucesivamente por Francia, Gran Bretaña y Japón.
Estados Unidos reconstruyó Japón por el mismo motivo que Alemania: para oponer un dique al expansionismo comunista. Fortalecer a los enemigos de ayer había devenido en prioridad geopolítica.

Fue en tal circunstancia que los aliados occidentales ensayaron el trasplante de la democracia a una Alemania extenuada y deprimida por la derrota. ¿A quién podía importarle el experimento si cada alemán pensaba en una sola y misma cosa: la comida, un techo, un poco de fuego para aliviar el frío? De democracia sólo conocían los germanos los quince años de la República de Weimar que siguieron a la derrota de la primera guerra. La historia anterior del Reich y el Sacro Imperio, poco desmerecía del despotismo ruso.
El plan Marshall repartió 14 mil millones de dólares de la época en Europa, principalmente para permitir la reactivación de Reino Unido (26 % del total), Francia (18%) y Alemania Occidental (11%).
“HERNÁN”
Para mi gusto los tres personajes más interesantes de la conquista de México son Hernán Cortés y Marina, dos espíritus atrevidos y progenitores de la mexicanidad; y, por supuesto, el reflexivo Moctezuma (no los radicales favoritos del indigenismo oficial, Cuitláhuac ni Cuauhtémoc). Forman un trío a la altura de la épica y la tragedia.

Acababa de leer las sandeces de un diputado de MORENA, Charlie Valentino, consistentes en llamar a los conquistadores “la peor raza” e insistir en que los polvos seculares del Capitán General son un foco de contaminación; cuando empecé a ver la serie “Hernán”. Nomás al terminar el primer capítulo me alarmó la cara nefasta del “voto parejo” que hizo hacedores de leyes, de la noche a la mañana, a tontucios como ese diputado. Nada es al azar, me consolé, y heme aquí escribiendo –lo que es lo mismo pensando en Marina, Hernán y Moctezuma.
La primera temporada de la serie comprende el primer año de la conquista del imperio azteca, 1519, hasta el escape durante la Noche Triste. Los ocho capítulos llevan nombres de algunos protagonistas principales, a saber; Marina, Olid, Xicotencatl (el Joven), Bernal (el cronista), Moctezuma (el huey tlatoani), Alvarado (un doble de Cortés), Sandoval (el primo) y Hernán. Los diálogos en nahua y maya, el vestuario y los desnudos, las convincentes escenografías, el realismo de las batallas, las dudas y los presentimientos, la narración que no elude asuntos tabúes como los sacrificios y el canibalismo, en fin, todo eso nos aproxima a los personajes históricos de carne y hueso.

¿Representó la evangelización católica un avance, un retroceso o más de lo mismo? ¿Ganamos los mestizos con la lengua de los españoles en vez de hablar náhuatl, maya, mixteco u otra aborigen sin alfabeto ni bibliotecas? ¿Ganamos o perdimos al heredar las instituciones de Europa? De la respuesta a tales cuestiones depende en mucho el juicio histórico sobre la conquista y cada conquistador.
Lastimosamente, los bocetos de los protagonistas fundacionales de la mexicanidad padecen aún a causa del parricida, malintencionado y faccioso indigenismo gubernamental, hoy al alza.
MARINA
Marina es mi heroína favorita por representar una precursora de la Güera Rodríguez en la conquista de México. La primera relación de Marina con la amante de Humboldt, Bolívar e Iturbide, es haber compartido lecho una con el padre fundador de la mexicanidad y la otra con el padre libertador de México (excluidos ambos injustamente del Grito del 15 de septiembre). La segunda, la gran inteligencia de ambas. Y por último, su belleza que fascinó a los hombres más connotados en su circunstancia. (Acerca de los méritos de la Güera, remito al lector a lo contado con gracia desmitificadora por Armando Fuentes Aguirre en La otra historia de México.)
Es dato firme que Malinalli o Malinali fue vendida por su familia de caciques siendo niña, de modo que tuvo tiempo para hablar además del náhuatl un maya fluido. Ya le habían agregado el nombre Tenepal, término que según Miguel Ángel Menéndez (Malintzin en un fuste, seis rostros y una sola máscara, 1964) significa “quien habla con mucha vitalidad”. Probablemente tenía menos que los 18 de edad estimados por los historiadores, cuando fue tributada a Cortés por los chontales junto a un grupo de veinte mujeres -que se antoja fueran vírgenes- como parte de un paquete que incluía oro, mantas y comida. Aunque inicialmente la entregó al capitán Alonso Hernández Portocarrero, futuro alcalde de la Vera Cruz, Marina y Hernán se hicieron amantes a poco de partir aquel hacia España, a donde llevó papeles del ayuntamiento jarocho en apoyo a la conquista emprendida por Cortés de facto , en desobediencia y contra la voluntad expresa de Diego Velázquez, gobernador de Cuba.

La intimidad del lecho de un dios presunto, así como el don de lenguas al que debe el apodo indígena “Malintzi” y la variante “Malinche” de los conquistadores, permitieron a Marina conocerlos mejor que nadie. La importancia ganada por la mamá simbólica de los mexicanos fue tal, que en el Lienzo de Tlaxcala elaborado medio siglo después al fin de reclamar privilegios de aliado en la conquista y la colonización, su imagen aparece constantemente junto a Hernán, y a menudo predomina.
Marina procreó del conquistador a Martín Cortés, nacido en 1522 y primer mexicano mestizo del que existe un registro documental.Acerca de la naturaleza de la unión de Marina con Hernán, considérese que una vez consumada la conquista y arribar a México la esposa la Marcaida, Hernán se apuró a casar a Marina con el soldado Juan Jaramillo, procurador del flamante ayuntamiento. Con este procreó una hija, nombrada María, quedando el niño al cuidado de un tío paterno, Juan Altamirano.
DON HERNANDO
Don Hernán Cortés fue valiente y a menudo temerario, un hombre voluntarioso en grado sumo que pudo cumplir una hazaña militar y política sacada de los libros de caballerías que extraviaron la razón del hidalguillo Alonso Quijano. Muchos pueblos quisieran tener por padre de la patria a un sujeto así. No; la ambición y la codicia del oro no explican lo que emprendió a sus 34 de edad, los avariciosos y los codiciosos suelen conducirse muy distinto por regla general pues sobre todo avarician y codician seguir vivos. La superioridad del hierro, la pólvora, los perros y los caballos tampoco fueron tan decisivos si se considera que mil españoles vencieron a un imperio apoyado por decenas de miles de guerreros. Los arcabuces de avancarga eran de mecha que debía encenderse cada vez, de manera que siendo los combates casi siempre cuerpo a cuerpo, salvo el cañón las armas de pólvora no podían marcar una diferencia sustancial ante los flecheros y los honderos. La sorpresa de los caballos y perros atenuó al paso de los meses; lo cual vale también para el pasmo colectivo que hizo a los conquistadores teúles o dioses.
Más importaron el talento político del capitán general para inspirar su visión a los soldados y construir durante el año clave de 1520 una red de alianzas en torno a la capital mexica. Hay más mérito de Cortés y sus guerreros, insisto, del que la verdad histórica y oficial ha tenido a bien concederles.

En la narrativa oficial basada en el indigenismo y enseñada doctrinariamente a los niños mexicanos en las escuelas de gobierno, se soslayan datos básicos sobre el conquistador de México. Tal adulteración ideológica explica el odio popular hacia Cortés y los dislates consanguíneos del diputado Valentino. Pocos egresados universitarios saben, por ejemplo, que antes de jugarse la vida en la aventura de México, don Hernán fue alcalde mayor de Santiago, la segunda población de Cuba; o que en un siglo donde solamente 1% de la población sabía leer y escribir, el antihéroe mexicano logró un título de bachiller por Salamanca, modelo de la Universidad de México. El estilo ameno y directo de sus cartas al Rey son obras literarias de gran nivel para un soldado de la corona católica de Castilla que vio en el nuevo mundo, descubierto siendo él apenas un niño, un momento estelar de la Historia humana. Como fue.
Hernán Cortés era sobre todo –así lo informan sus apasionadas querellas, y las de sus hijos, con la corona española- un hombre de carne y hueso, esto es un cúmulo de pasiones e incertidumbres. Y siéndolo, también acometió en Cholula un genocidio (que entonces no se llamaba así por haber sido vistas las masacres de indefensos como una noble en los libros más antiguos de la Biblia y hasta las pesadilla extremas del nazismo y el comunismo).
Me ha gustado la serie de Netflix por la buena recreación de la época, la vestimenta de los conquistadores y los aborígenes, los edificios, las costumbres y el apego grosso modo del guión a las crónicas y los documentos. Hay detalles discutibles, así como el retrato del alférez Bernal como escritor. Si bien han sido puestas en duda la historicidad del propio Díaz del Castillo e incluso la autoría de su maravillosa Historia Verdadera, hoy parece más que probable que basara su narración de la conquista (corregida y ampliada hasta la muerte, ya nonagenario) en dos o tres cartas enviadas al rey cuando era regidor de Guatemala, en demanda de sus méritos.