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Congreso de Tlaxcala: Tarjeta Roja en el Último Minuto
Desobediente Croniquilla Sobre la Extinción de la LXII Legislatura, en Tres Actos y un Cuestionado Epílogo
Xavier Quiñones
UNO
-De aquí me voy al Congreso, a transmitir en vivo el desalojo de la mini legislatura –compartió en el patio principal de Palacio de Gobierno, Roberto Nava Briones del portal Ahora Infórmate.
Debió ser por eso que de vuelta a la redacción, tras cubrir el evento del comisionado nacional de Mejora Regulatoria y charlar un rato con Luis Andalco, quise hacer escala en el Palacio Juárez. Sorpresa tras una larga ausencia: ya no se ingresa por la puerta principal.
“Por el costado”, pone al día el vagabundo que curiosea en el Patio Vitral, hoy vacío y más ancho. Doblo en la Lardizábal, camino hasta la puertecilla lateral, doy los buenos días a los guardias y entro. Ya en el primer piso avisto a media distancia a Sergio Juárez, y en lontananza, recargado en el barandal de la escalera, a Arnulfo Arévalo.
Intempestivamente irrumpe en primer plano Mariano González Aguirre. Me da la mano. Le saludo y pregunto cómo se siente en su último día. No contesta y sigue de largo hasta una demudada Guadalupe Sánchez Santiago.
-¿Disfrutando de las últimas horas? –digo a Sergio por decir algo.
Sonríe el asesor perredista, algo tristón.
-¿Crees que los de MORENA harán mejor la chamba? –reflexivo.
-Imposible saberlo. Dice un filósofo que si el cuerpo biológico puede empeorar hasta cierto punto, llegado al cual colapsa y muere; en cambio el cuerpo social siempre puede empeorar un poquito más.
Así nos fintamos durante breves minutos.
-No llores, ya te buscará alguien de MORENA por lo que tú sabes que es mucho –intento consolar al amigo, al despedirnos.
-¡Pero no me buscan! –exclama alejándose.
Cuando volteo hacia la escalera, el legislador tricolor y ex presidente del PRI ha desaparecido.

DOS
Dos hombres están limpiando el cubículo de José Martín Rivera mientras los observa una mujer. Sale uno con una bolsa de hule negro saturada de desechos.
-¿Está el diputado? –pegunto a la mujer sentada en una silla.
-Ya no, ya vamos a entregar. Sólo estamos esperando a Memo, el secretario técnico.
-¿Qué entregarán?
-Muebles, computadoras, teléfonos… -suspira Diana Iglesias.
La computadora se ve traqueteada. Sugiero que los nuevos ocupantes del cubículo comprarán nuevas.
-¡Entonces deberían regalarme esta! –ríe, y enseguida acaricia con una mano abierta su lap durante veinte meses.
-La noto triste. ¿Nostalgia de un fin de ciclo?
-Sí. Se siente nostalgia.
Presiento que va a llorar. Por eso empalmo otra pregunta:
-¿Ahora en qué piensa trabajar?
-Soy de base, seguiré aquí.
-¡Ah bueno!… ¿Entonces por qué la tristeza?
-Se acostumbra uno. Sobre todo a los compañeros. Ellos se van, yo no.
Sigo buscando legisladores para recabar impresiones. Al borde de la escalera donde estuvo Arnulfo, alcanzo a Eréndira Cova Brindis.
No sé si serán imaginaciones mías: creo percibir cierta humedad en su mirada endulzada.
-Usted es diputada de mayoría ¿por cuál distrito?
-El 1 de Calpulalpan.
-¿Buscó la reelección?
-Sí, así es.
-¿Con cuál momento se queda para el recuerdo?
-El trato que tuvimos con la gente. Trajimos al congreso a unos 300 vecinos del distrito. Y también, las gestiones que realizamos con los comisariados ejidales.
-¿Qué le duele no haber podido concluir en estos veinte meses?
-Un proyecto de parques solares. Se quedó en el camino.
-Estando claro que el tsunami del 1 de julio barrió indiscriminadamente, sin consideración a la calidad de candidatos ni a la oferta electoral, ¿cómo se explica que el PRI tendrá cero asientos en la LXIII legislatura? –planteo de sopetón.
-La ciudadanía tomó otra opción.
-¿Es normal que un simple cambio de opinión reduzca a un partido, desde ser mayoría hasta casi nada? –insisto.
Hace una pausa, sopesa Eréndira ideas y palabras.
-Es un tema de cansancio, de hartazgo.
Y tras otro paréntesis, adelgazando la voz: “La gente está cansada de la corrupción”.
-Peña Nieto presumió en el mejor momento de su presidencia como caras de un nuevo PRI, a varios gobernadores que están en la cárcel, en la mira de la justicia o en voz de la opinión pública. Precisamente por deshonestidad –pico.
-¡Pero están siendo juzgados! La corrupción es un asunto que no atañe solamente al PRI. La corrupción se ha instalado en toda la sociedad –replica Cova Brindis.
-¿Hay futuro para el PRI?
-Mi partido necesita renovarse, cambiar realmente sus prácticas y maneras de hacer política.
-¿Cabe la posibilidad de que los de MORENA salgan aun peores? –suelto un buscapiés.
-Sería muy triste. La gente tiene una gran ilusión.

TRES
En un cubículo, la perredista Floria Hernández charla con el Dr. Juan, su asesor. Los veo tan ensimismados que prefiero no interrumpir, así que sigo buscando. Entonces me alcanza un guardia de la puerta.
-¿Podría acompañarme a la recepción? Por favor.
-¿Para qué?
-Me dicen que usted no puede estar aquí.
-¿Algo hice mal?
-Por favor, acompáñeme a la recepción –sin perder la amabilidad.
Dejá vú de un incidente veinte meses atrás, cuando los hoy diputados salientes decidieron hacer de la instalación de la LXII legislatura una ceremonia familiar y restringieron el acceso de reporteros a sólo uno por medio de comunicación.
-¿Quién le dijo que me sacara? ¿Podría precisar? –atino a decir.
-Me ordenaron que le pida que desaloje.
-¿Quién?
-Por favor acompáñeme.
-Si me dice quién, con gusto. Tal vez pueda platicar con él y pedirle que me deje terminar mi trabajo…
-Me dijeron que usted no debe estar aquí.
-¿Por qué no le pide por radio al que dio la orden, que también dé la cara? De otra forma no me iré hasta terminar el trabajo que ya comencé.
-Por favor señor, acompáñeme.
-Tendrá que llamar a la policía para que me saque. Estoy trabajando, no he faltado el respeto a nadie.
Tras el diálogo de sordos sigo buscando legisladores en su último día, con el guardia detrás. Entonces, justo en el punto donde antes lo vi reunirse con Sánchez Santiago, topo de nuevo a González Aguirre.
-Hola, diputado. El guardia quiere que desaloje la instalación. ¿Sabe quién dio la orden y por qué?
-Hay que cumplir las reglas.
-Entonces ¿usted dio la orden?
-No. Pero hay un reglamento…
-Antes he entrado a instalaciones federales y no recuerdo que me hayan limitado, ha bastado para ingresar al Senado la credencial de reportero.
-También yo he ido al Senado…
-Pero no en calidad de reportero, supongo.
Se da la vuelta y me deja hablando solo.
-¿Por qué no se va a descansar, Marianito, qué sentido tiene seguir imponiendo su voluntad cuando está a punto de dejar de ser diputado? –le acribillo por la espalda
Añado desde la escalera, ya en franca retirada: “Los electores los desalojaron a ustedes, ni una curul tendrán pero siguen sin cambiar, autoritarios hasta el final, por lo visto no han entendido”.
“No, no entienden” –se solidariza al descender los escalones una empleada del poder legislativo que observó el incidente.

EPÍLOGO
No me va mejor en el auto, ya de vuelta a la redacción.
-Le avisé que hay nuevas reglas. Yo para entrar tuve que dejar mi acreditación en la recepción. ¿No lo sabía? –reclama Ces.
-Como me dejaron pasar sin credencial, supuse que habían cancelado esa instrucción en su último día. ¿No está el presidente Peña dando una lección democrática al delegar algunas facultades al presidente electo, aunque éste no haya asumido aún el cargo? ¿Qué caso tiene restringir a un reportero que no hizo nada malo sólo para confirmar una autoridad a punto de extinción? –me defiendo.
-Por cierto, en el Senado ya tampoco dejan pasar sin acreditación –suma Aby a Ces.
-No era así la última vez que entré a los congresos de Puebla y Chihuahua, incluso al federal -terqueo.
Admito que de eso han pasado varios años. Luego arguyo que las prácticas autoritarias avanzan justo así, con pequeñas restricciones que tornan hábitos hasta ahogar el quehacer periodístico. “¡Y un mal día amanecemos con el pie en el cogote y nos parece algo natural, normal!” –dramatizo un poco.
Un silencio espeso invade el vocho al cabo de la 20 de Noviembre. Empero muy en mi papel de jefe editorial barbado, me niego a rendir fácilmente la plaza.
Agrego: “Entiendo la preocupación por la seguridad de los legisladores, mas ¿no bastaría con poner guardias en los accesos a la zona de cubículos y los pasillos que llevan al pleno? Así, el resto del congreso podría ser de nuevo zona libre para reporteros y ciudadanos”.
“¿Acaso no son ya más, los congresos democráticos la Casa del Pueblo?” –completo mientras escalamos el tramo empinado de la avenida Independencia.