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Virtudes humanas
La familia es la primera escuela de la vida, y es en ella en donde los padres intentan transmitir a sus descendientes los valores que, de acuerdo a sus creencias, forman a una persona buena, íntegra, coherente y capaz de estar en sociedad.
El problema se presenta en el cómo lograr este fin tan amplio y difuso. Cierto que a todos los padres de familia les gustaría que sus hijos fueran ordenados, generosos, sinceros, responsables, etc. Pero existe mucha diferencia entre un deseo impreciso que queda reflejado en la palabra quizá y un resultado deseado y previsto, y alcanzable.
Si la formación de los hijos en las virtudes humanas, los padres tendrán que aplicar toda la intensión en su desarrollo. Para ello hace falta estar convencido de su importancia. Hay que aprovechar la vida cotidiana en familia, pero es necesario aumentar la intencionalidad respecto del desarrollo y reflexionar sobre dos aspectos: la intensidad con la que se vive y rectitud de los motivos al vivirla.
Para que el menor de edad desarrolle valores debemos lograr que conozca el bien, ame el bien y haga el bien. O sea que entienda los valores, que, aunque difícil, se adhiera de forma racional a ellos. El secreto está en que los adultos fomenten hábitos operativos buenos en los niños, lo cual ayudará a que adhieran afectivamente al valor.
Es importante tener en cuenta que el niño generalmente comienza por hacer pequeñas acciones en favor de los demás. Sólo cuando su pensamiento madure entenderá el concepto que encierra cada valor o virtud humana.
Como decíamos al principio la familia es la primera escuela de valores, por lo que es importante que los hijos vean que los adultos hacen lo que dicen. Si en casa llaman al padre por teléfono y él le dice a su hijo que conteste que no está, eso marca una conducta ambivalente. Si el padre dice la verdad, trata con respeto a todo el mundo, desde el barrendero al presidente, no tira papeles en la calle, es respetuoso de las leyes, es más sencillo que el hijo entienda el mensaje.
Pero lo hijos no necesitan padres ideales, utópicos. Las niñas y los niños necesitan padres fuertes, pero sobre todo, humanos. Padres que se equivocan, que pueden pedir perdón o que tienen días malos. Podría pasar que un día el padre dijera “hoy no puedo, pero mañana sí”. Y entonces al día siguiente ese padre o esa madre debe cumplir con su promesa, porque si no se convierte en alguien en quien no se puede confiar.
Además, tanto en la escuela como en la casa, las reglas deben tener un sentido, y detrás de cada regla debe haber un valor que la haga consistente. Es muy diferente pedirle a un hijo o a una hija que ordene su cuarto porque va a ser más fácil encontrar los juguetes, a dar la orden sin explicaciones.
El menor de edad asimilará el valor del orden porque la regla tiene algo que la sostiene. Prima así un orden social independientemente de lo que cada uno desee. A esto se le llama disciplina, que se traduce en reglas determinadas.
Para que la educación en valores se refuerce es importante que no “etiquetemos” a la persona, la conducta es mejorable, la persona no. Por ejemplo, en lugar de decirle al menor “que egoísta eres”, lo cambiamos por: ¿podrías ser más generoso?”, tratando de rescatar el valor.
Por otro lado, cuando emitimos juicios sobre el comportamiento de los niños, debemos hacerlo siempre basados en la intención y no en el resultado de los actos. Muchas veces los niños juzgan por los resultados concretos, por eso es importante hacerles ver la intención.
Asimismo, las reprimendas deberían ser la consecuencia de las acciones de los vástagos y no la consecuencia del enojo del padre. Si el menor rompe algo, debe colaborar en la reparación y no quedarse un mes sin tele. Así se educa en la autonomía moral.
Pero, ¿qué es el desarrollo moral? Es el proceso por el cual los menores logran hacer suyos determinados hábitos o virtudes. En este proceso es fundamental el rol de la conciencia moral, aquella voz interior que nos indica lo que está bien y lo que está mal.
La conciencia moral es parte del área cognitiva, pero está teñida de emoción. Por eso se vale de emociones morales como la culpa o el orgullo que le van indicando el rumbo. Si siento culpa, puede ser que sea porque hice algo mal.
Al principio, la conciencia moral es muy rudimentaria y por momentos desproporcionada ante nuestras acciones. Las niñas y los niños pueden sentir culpa por acciones que realizaron sin intención de lastimar.
En estos tiempos cuando pareciera que la moral y las virtudes humanas han pasado de moda, creo es muy importante retomar su presencia y desarrollo desde casa. Si los padres educan en valores a sus hijas e hijos, pondrán la simiente de una mejor sociedad.
Recuerden que: “La virtud es el uso correcto del libre albedrío”. San Agustín.