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Teoría de la Evolución. I. Estado Actual

Para Ces

 

Cuando el neuroanatomista Raymond Dart descubrió en Traansval, Sudáfrica, el cráneo de su “niño de Taung”, el primer austrolopithecus africanus datado mediante biocronología entre 2.5 y 3.3 millones de años, en Inglaterra y todo el mundo prevalecía un racismo abierto que descartaba África como cuna de la humanidad y favoreció la hipótesis falaz de que los europeos pudieran derivar de individuos menos oscuros, como los asiáticos.

Contra la evidencia rescatada por Dart de una cantera explotada con pólvora, el prejuicio cobró fuerza una vez que en 1926 la revista Nature –misma que meses atrás informara el hallazgo del niño de Taung- dio a conocer un molar del  Hombre de Pekín (un homo erectus bautizado en la publicación del paleontólogo austriaco Otto Zdansky como Sinanthropus pekinensis) datado en casi 2 millones de años y comprado a nativos de Zhoukoudian que durante años vendieron a extranjeros como si restos de dragones, los fósiles de un rico yacimiento cercano a su comunidad,.

Hombre de Pekín, réplica del Paleozoological Museum of China sobre descripciones del fósil perdido durante la Segunda Guerra.

En efecto, contra una intuición de Darwin sobre África como cuna humana, el Hombre de Pekín respaldaba la opción Asia fundada en el hallazgo realizado en 1891 por Eugene Dubois del Hombre de Java (un homo erectus clasificado por el anatomista holandés sucesivamente Anthropopithecus -“mono hombre”- y Pithecanthropus –“hombre mono”-).

Hace un siglo el principal debate en torno a la teoría de la evolución giraba sobre el “eslabón perdido”, esto es, la evidencia fósil que documentara alguna conexión entre el ser humano, los primates y los monos. Así, inevitablemente, el niño de Taung fue olvidado durante varias décadas hasta que nuevos descubrimientos restituyeron a Dart el mérito que merece.

Restos del Homo Erectus descubiertos en Java por Dubois en 1891.

 

Naturalmente el debate chocó desde un principio con la mentalidad religiosa prevaleciente en Europa de un modo cuasi absoluto y absolutista desde el siglo IV, a partir del edicto de Tesalónica merced al cual Teodosio instituyó el cristianismo como religión oficial del decadente imperio romano. La decisión del último emperador de oriente y occidente de ahondar con ayuda de los cristianos la persecución ahora de los paganos, puso fin a la libertad religiosa que al legalizar al cristianismo habían decretado Galerio y Constantino, dando paso a una edad oscura de la que el mundo occidental iba apenas saliendo cuando Lamarck, Wallace y Darwin descorrieron el velo de la fascinante historia de los seres vivos intuida prematuramente por filósofos precristianos como los griegos Anaximandro, Empédocles y Aristóteles, y el taoísta chino Zhuangzi.

Caricatura satírica de Sir Charles Darwin, realizada en 1870 para desacreditar su teoría.

Hoy, transcurrido un siglo y medio desde la publicación en 1859 de El origen de las especies, el registro de fósiles de homínidos es ya tan rico, son tan numerosos los eslabones encontrados que ha tornado superflua la cuestión decimonona del eslabón perdido. Así ha reconocido el propio Vaticano a partir de 1950, tras que en el apartado III de su encíclica Humani generis, Pío XII admitiera (ciertamente a regañadientes, al tiempo de reservar para el dogma que “las almas son creadas inmediatamente por Dios”) que dado “el estado actual de las ciencias y la teología, en las investigaciones y disputas entre los hombres más competentes de entrambos campos sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente”.

Esa postura fue reafirmada en 1996 por Juan Pablo II (“la teoría de la evolución es más que una hipótesis”) y por Benedicto XVI en 2007 (“existen muchas pruebas científicas en favor de la evolución, que se presenta como una realidad que debemos ver y que enriquece nuestro conocimiento de la vida y del ser como tal”).

Pío XII escuchó a ‘No pocos (que) ruegan con insistencia que tenga muy en cuenta tales ciencias’.

Entretanto los espectaculares avances reportados por los científicos en el campo de la evolución son tan abrumadores, que apenas dejan margen a la idea de una creación divina del hombre y los demás seres vivos como entidades físicas. Un primer paso fundamental fue dado hacia los años 30 del siglo pasado, cuando tomó forma la llamada “síntesis evolutiva” (término acuñado hacia 1942 por el zoólogo británico Julián Huxley en su libro Evolución: la síntesis moderna) o unificación en un solo enfoque de las herramientas de la biología, la genética, la embriología y la anatomía comparada con las de la paleontología, la geología, la ecología, la geografía y las matemáticas.

Un segundo paso sustancial consistió en el desarrollo de la genética de poblaciones que al ahondar en la deriva o variación azarosa del genoma a partir de los alelos cromosómicos de padre y madre (aleatoriedad que eventualmente desemboca en “errores de muestreo” y al cabo en mutaciones), enriqueció el principio darwiniano de la selección natural. El enfoque de la genética de poblaciones estimuló la original y simplista teoría de la evolución dotándola de nuevos y más precisos conceptos que pretenden dar cuenta de sus especificidades, entre incontables otros la Ley de Dollo o de irreversibilidad evolutiva; la frecuencia alélica o génica; el principio de exclusión competitiva; las estructuras vestigiales; la exaptación o readaptación de estructuras a funciones distintas; la coevolución entre un patógeno o depredador y un hospedador o presa; el altruismo animal o aptitud inclusiva; el monstruo prometedor y la especiación saltacional; la cladogénesis o especiación alopátrica, peripátrica, parapátrica y simpátrica de linajes -en vez de especies; la microevolución por cambio en frecuencias génicas y la macroevolución por equilibrios puntuados; la selección inter e intrasexual; etc.

Fósil de dinosaurio Microraptor, con plumas preservadas.

Un tercer paso condujo a la llamada “síntesis evolutiva ampliada” que confirma grosso modo, gracias a la acumulación de fósiles anteriores al periodo cámbrico, la constancia de eslabones entre todas las especies de los distintos reinos y fortalece la hipótesis de un ancestro común unicelular de las diversas formas de vida.

Así, la moderna paleobiología nos hace saber que el pez Panderichthys hallado en Letonia en 1941 eslabonó hace unos 370 millones de años con el anfibio PanderichthysAcantthostega localizado en Groenlandia en 1933; que el anfibio acuático Pederpes finneyae localizado en Escocia en 1971 y su pariente americano Whatcheeria, existentes hace 350 millones, emparentan con las especies terrestres tetrápodos (cuatro patas) de anfibios, mamíferos y aves; que hace 230 millones hubo un reptil mamífero, el Thrinaxodon hallado a fines del siglo xix en la Antártida y África del Sur (lo cual sugiere que estas regiones fueron una); que el dinosaurio emplumado Microraptor de cuatro alas hallado en China existió hace 126 millones de años y emparenta con un ave voladora reptiliana, el Archaeopteryx descubierto en Alemania; que un sirénido cuadrúpedo adaptado hace 50 millones a la vida terrestre, el Pezosiren hallado en 2001 en Jamaica, derivó en la mamífera placentaria vaca marina; que los cetáceos acuo-terrícolas Ambulocetus (“ballena que camina”) y Rhodocetus, descubiertos en Pakistán sucesivamente en 1993 y 2001, conectan desde hace 47 millones a las ballenas con los cuadrúpedos terrestres; y que el hominino bípedo y erguido Sahelanthropus tchadensis que habitó África circa 6 millones de años, es el eslabón conocido más antiguo entre el chimpancé y los seres humanos.

Esqueleto parcial de Thrinaxodon liorhinus.

Eso y mucho más ha avanzado a lo largo de algo más de un siglo la teoría de la evolución del reino animal, el más estudiado. Mas ¿qué hay del mundo vegetal?

Lo primero que hay que decir es que los biólogos modernos dan por un hecho que al igual que el animal, aunque sobre una ruta distinta, las plantas comenzaron su propia evolución a partir de organismos unicelulares; lo segundo, que siendo las bacterias el más antiguo registro peleontológico son en sí bastante complejas para situarlas en el origen común de toda vida; y, tercero, que la bioquímica sustenta hoy la hipótesis darwiniana de un ancestro vital  común en base a la universalidad de la estructura celular y el código genético. Baste apuntar que el mapa de la evolución vegetal comienza con las microalgas unicelulares, y prosigue en la tierra con los musgos, las plantas vasculares (como los helechos), las más complejas coníferas gimnospermas, y finalmente, en la cima de esta evolución, las angiospermas o plantas con flores.

Ambulocetus o ‘ballena que camina’, en Museo de Pisa, Italia.

Hay consenso acerca de que la primera célula vegetal o capaz de realizar fotosíntesis fue un alga eucariota o con núcleo verdadero (esto es, no disperso en el citoplasma como en la célula procariota de los microorganismos bacterias y arqueas –estás ultimas un eslabón a juzgar por sus genes y rutas metabólicas, mediante simbiogénesis con bacterias hacia las eucarias).

Al respecto, cabe mencionar llegado a este punto una ingeniosa hipótesis complementaria del neurobiólogo ítalo-argentino Mario Crocco. El luego director de investigación en electroneurobiología del Hospital Borda de Buenos Aires, propuso en los años 60’s que el sistema eléctrico que permite a los organismos unicelulares llamados protozoos predadores controlar los cilios al fin de moverse, cazar y devorar a sus presas, podría ser la más antigua función común a todas las especies animales.

Arquea unicelular y procariota, uno de los tres reinos de microrganismos.

¿Y el LUCA ((last universal common ancestor) o ancestro universal de toda vida? La hipótesis de Darwin recobró valor en 1960, cuando pudo descifrarse el código genético y se comprobó la realidad de “una forma primordial, en la que la vida respiraba primero”.

Aún se discute si la vida proviene de un individuo (versión con mayor probabilidad estadística) o de una comunidad de organismos unicelulares, mas hay consenso en que el ancestro común más antiguo debe poseer las siguientes propiedades: estructura unicelular procariota con membrana celular de grasa y ADN y ribosomas disueltos en el citoplasma, capaz de replicarse mediante genes compuestos de cuatro bases nitrogenadas; proteínas formadas por los 21 aminoácidos naturales; un ARN (presente incluso en los virus) compuesto también de cuatro bases aunque una distinta de las del ADN; numerosas enzimas imprescindibles para la replicación, el control y la reparación del ADN así como la catalización del ARN; presencia del nucleótido ATP que posibilita la transferencia de energía celular; y concentraciones de sodio y potasio dentro de la célula, respectivamente menor y mayor que en el exterior del organismo.

Anillo de la vida o cladograma que enlaza procariotas con LUCA.

En otras palabras, más que un LUCA como individuo ancestral estamos ante la definición de las condiciones del origen de la vida tal y como la conocemos en el planeta Tierra.

Una mención final ameritan los virus. Aunque no fosilizan y debido a ello su origen es incierto, algunos científicos les consideran en base a su simplicidad buenos candidatos al ancestro universal. Destaca que comparten la capacidad de autoensamblarse con los agregados acelulares de polímeros orgánicos de moléculas llamados protobionte, las cuales son abióticas (sin vida), pregenómicas (sin genes) y anteriores al surgimiento de las células. Entre varias teorías microbiológicas sobre el virus -cien veces más pequeño que la bacteria- algunos científicos creen que alguna vez pudo poseer capacidad de reproducción independiente y la perdió al coevolucionar con un huésped.

Virus de la gripe, dotado de genes y cápside de proteína.

Establecida muy esquemáticamente la vigencia actual de la teoría de la evolución, volvamos al inventario de los fósiles relacionados con los primates, la especie de mamíferos placentarios equipados con cinco dedos y un patrón dental común.

Especies uni y pluri celulares de eucaria cuyas células poseen núcleo verdadero.

 

 

Próxima entrega II. Catálogo de Primates.

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