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El maltrato a las mujeres es un mal endémico a lo largo de las culturas y de la historia. Es una vergüenza de la humanidad en la que no hay justificación posible y que comienza por la falta de un mínimo respeto.

Las cifras de violencia contra la mujer son estremecedoras. En Perú, 42 por ciento de las mujeres son víctimas de violencia física y 10 por ciento de violencia sexual; mientras que en Ecuador, las cifras reportadas son del 39 por ciento y 12 por ciento respectivamente.

En Francia, una mujer muere cada tres días por violencia doméstica, mientras que, en México, una de cada cuatro mujeres dijo haber sido violada o haber sufrido un intento de violación. En Estados Unidos, la situación no es mejor. Una de cada tres mujeres es agredida, por lo menos una vez en la vida por su pareja, y cerca de cuatro millones han sido atacadas en los recientes años.

La violencia contra las mujeres es una cuestión estructural, de carácter social, que va más allá de ser un problema de procuración de justicia o de seguridad pública. La violencia contra las mujeres se gesta en los prejuicios, las actitudes y las prácticas encaminadas a restringir sus derechos y a reprimir su capacidad en la discriminación laboral.

El tipo de violencia que se ejerce a lo largo del mundo va mucho más allá de lo sexual. Es el caso de mujeres que han muerto apuñaladas, baleadas, quemadas vivas, atropelladas, descuartizadas, lanzadas al vacío y que, en muchos casos, se llevaron a su tumba el silencio de años de previas agresiones físicas y psíquicas. En este caso, México lleva el estigma de los homicidios de Ciudad Juárez, donde cientos de mujeres fueron cruelmente asesinadas, sin que a la fecha haya una explicación clara de estos hechos.

Pese a que en la actualidad las cifras anteriores y los feminicidios se han incrementado casi exponencialmente, es un hecho que no solo las mujeres somos propensas a ser agredidas, también los varones son víctimas de algún tipo de violencia intrafamiliar.

La violencia contra la mujer y hombre repercute en la familia y especialmente en los niños; por el impacto directo de ser testigos, también son víctimas. Y es lamentable que, ante el ejemplo de su hogar, repitan esa dinámica en su vida adulta.

Es por ello importante que dejemos de caer extremismos y dejar de vernos como enemigos irreconciliables. Es mejor reconocernos como complementarios y trabajar unidos para erradicar de nuestros hogares cualquier tipo de violencia.

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