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Nosotros, los Ciudadanos de la India

Escrito por Dipankar Gupta + /The Times of india, 26 Mar

Versión en español del original “We, the citizens of India: The Constitution lights the path from passions to fraternity, enmity to respect”, por Xavier Quiñones

Un revoltijo desordenado del pasado -con la humillación y la victoria- es suficiente para hacer una nación, pero no una democracia, por lo menos de todos los ciudadanos.

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En las constituciones de la mayoría de las democracias desarrolladas, la palabra “ciudadano” aparece tardíamente en el texto, nunca en el primer párrafo. La principal excepción a esto es la Constitución de la India. Aquí, a diferencia de todas las otras, el término “ciudadano” hace su aparición en la primera frase, es decir, en el mismo Preámbulo. En este ramo, incluso la Constitución francesa es segunda después de la nuestra, ya que menciona “ciudadano” por vez primera en el artículo 1, aunque no en el primer párrafo y ciertamente no en el Preámbulo.

Como la Constitución de Estados Unidos, la nuestra comienza también con las palabras “Nosotros, el pueblo….”, pero aquí termina la similitud. Mientras la palabra “ciudadano” aparece en nuestra Constitución antes de finalizar la primera sentencia, uno tiene que esperar más tiempo para que dicha palabra haga su entrada en el libro americano. Otras constituciones emplean el término mucho más tarde: la Constitución italiana en el artículo 3; la española en la sección 9; la sueca en el capítulo 2, y, la versión alemana en el artículo 16. La Constitución de los Países Bajos no menciona la palabra “ciudadano” en absoluto, pero utiliza el término “nacionalidad holandesa” en todas partes.

Esto no es sólo sobre ser “yo primero”. Lo de ganar a la mayoría en el empleo tan temprano en el texto del término “ciudadano”, debe significar que estuvimos en lo cierto. Nuestra reciente historia previa a la Independencia probablemente levantó nuestra antena como cuando los británicos intentaron repetidamente dividir al pueblo de la India, a veces con éxito. Lo cual debió apurar a los hacedores de nuestra Constitución para hacer rápida la transición al “ciudadano”, ya que no encontraron un aliado fiable en el “pueblo”.

El mismo “pueblo” que ayudó a hacer nuestra nación independiente, con un pequeño pinchazo, se fragmentó bajo diferentes banderas para servir a otras llamadas de pasión.

La amenaza del “pueblo” surgió en diferentes coyunturas, incluso durante la elaboración de la Constitución. ¿Qué pasa con un “pueblo” de 565 estados principescos? ¿No debería la Constitución ser revisada por un referéndum de ese “pueblo”? Y, sí, ¿qué pasa con las muchas costumbres particulares del “pueblo”, como la casta, las normas del matrimonio, los tabúes religiosos, que van en contra de algunas de las afirmaciones universales de la “ciudadanía”?

¿Acaso no nos separa en “pueblos” la cuestión de la lengua?

La transición rápida a la “ciudadanía” puso muchos de estos problemas a descansar. Empezamos la Constitución con la frase “Nosotros, el pueblo de la India…”, pero pudimos con la misma facilidad haber comenzado con “Nosotros, los ciudadanos de la India…”. Las elecciones generales de 1952, donde los votantes participaron en calidad de ciudadanos, dieron a la Constitución una aceptación más profunda de la que un referéndum del pueblo podría haber logrado. Los estados principescos fueron demasiado rápidamente integrados, a pesar de que algunos potentados vistieron a sus pueblos en equipos de batalla.

Una vez más, sobre la cuestión de la política lingüística se veía un nivel de toma y daca que sólo los ciudadanos son capaces de hacer. Ya que estas fueron consideraciones de peso, nos llevó cerca de tres años elaborar nuestra Constitución, mientras que los estadounidenses gastaron menos de cuatro meses.

Teniendo en cuenta el hecho de que el cambio técnico de “pueblo” a “ciudadano” era tan central, y urgente, en nuestras circunstancias, disparamos una bengala buscando ayuda legal. No es sorprendente entonces que además de T T Krishnamachari, todos los demás miembros del Comité de Redacción fueran abogados. Dirigido por nada menos que B R Ambedkar, mantuvo la Constitución por encima de hostilidades estrechas y procedimientos idiosincráticos, tan típicos de la vida diaria de la “gente”.

Incluso los más consagrados textos legales antiguos, desde el Manusmriti a la Sharia, hablan con voces diferentes debido a que mezclan libremente la metáfora con la alegoría. Indudablemente, estos califican como documentos “populares “, heredados, dirán algunos; pero ninguno de ellos pasaría la prueba de ciudadanía. En este contexto, uno no puede dejar de admirar las contribuciones específicas de Alladi K Aiyar y Gopalswami Iyenger.

Obviamente, los “ciudadanos” no provienen de fuera del anaquel, confeccionados, como las “personas”, la “gente” o el “pueblo”. Pero cuidado; el sentimiento de las personas ciegas y unidas puede en un momento dado también ser muy voluble. Hoy pueden ser los lazos de clan, del suelo extranjero mañana, el día después la memoria de un héroe; de hecho, van a coser cualquier conjunto de botones sueltos.

Un revoltijo desordenado del pasado -con la humillación y la victoria- es suficiente para hacer una nación, pero no una democracia, por lo menos no una de todos los ciudadanos.

Sin duda el “pueblo” hace un estado-nación, pero no es una epidemia de amor –sino odio a una potencia extranjera o un déspota- lo que los anima. Mas una vez que se derroca una regla o un gobernante, les resulta difícil permanecer juntos porque todas las viejas tensiones vuelven a aparecer. Aferrarse a la “gente” después de hacer una nación, no es tarea fácil. Téngase en cuenta, por ejemplo, el tono de desesperación del erudito del siglo 19 y político, Massimo d’Azeglio, cuando dijo: “Ahora que hemos hecho Italia, hagamos a los italianos”.

Las “personas” y las naciones de todo el mundo necesitan un buen enemigo para unirse, no buenos amigos. La “ciudadanía”, por otra parte, procede en la dirección inversa; no busca eliminar a los enemigos, sino hacer amigos. Los lazos que unen a los ciudadanos son los de la “fraternidad”, cuyo credo básico no es la enemistad con otros, sino el respeto mutuo. La ciudadanía es autosuficiente; se fija objetivos por sí misma y no necesita un organismo externo para odiar o dañar.

Es por esto que, a diferencia de los activistas que guían a la “gente”, deben haber pensado los creadores de la Constitución: “¡Ahora que hemos hecho a los indios, vamos a hacer los ciudadanos!”.

+ Dipankar Gupta es un sociólogo e intelectual reconocido. Es ex profesor del Centro para el Estudio de los Sistemas Sociales de la Universidad Jawaharlal Nehru, y además ha ocupado diversos cargos académicos en universidades de América del Norte, Europa, Reino Unido y la India.

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