Código Tlaxcala
“Ninguna sociedad democrática puede existir sin una prensa libre, independiente y plural”. Kofi Annan
b2

No soy Anti-Vacunas (2)

Para Ces

 

A estas alturas, cuando se ha multiplicado por ocho el escenario catastrófico de 60 mil muertes previsto por Gatell, el máximo especialista mexicano según nuestro gobierno y comandante en jefe de la estrategia nacional anti-covid, ningún funcionario público debe reclamar nada si algún sapiens estándar pone en duda la versión oficial. No cabría. Dije un sapiens, no un canis agradecido con el amigo, empleador y/o salvador; ni tampoco un demasiado gregario ovis orientalis. Un sapiens sapiens, a secas.

No ser epidemiólogos no obsta, pues, para que los implicados en una pandemia, sobre todo si somos el target del virus chino, nos tracemos una ruta propia de precauciones, acopiemos por cuenta nuestra información científica o noticiosa, formemos una opinión tentativa y la externemos sin temor a sanciones morales ni legales. También puede ocurrir (ocurre a diario) que perdamos; y entonces ganar la nada anhelada celebridad post mortem de salir en todos los diarios y telediarios, con una cabeza amarillo encendido, más o menos así: “Muere Mentecato Reportero Anti-vacunas”.

No lo soportaría. Moriría de nuevo entre las cenizas etéreas.

Cabe cuidarnos a nos mismos, a cuenta y riesgo. Por ejemplo, aunque Gatell y el presidente desestimen el tapabocas, nos lo ponemos. Cuestión de estrategia personal. A Barbosa le funcionó el mole de guajolote; las nanopartículas a Olga, aunque no tanto a Fayad: los detentes y la fuerza moral anti-contagio del presidente, no con la excelencia esperada; y cabe suponer que el subsecretario más célebre de la historieta nacional, acaso debió usar cubrebocas con regularidad. Ayer, cuando dos tercios de los casos covid atañen en México a la variante Ómicron, la menos letal, la Secretaría de Salud reportó otro montón de muertes: 475. Errar es humano.

El covid no deja de sorprendernos; y tal originalidad no perdona ni a los especialistas. Debe ser porque no hay aún epidemiólogos especializados en el covid-19, están aprendiendo apenas como todos. Mas antes de externar una opinión neófita acerca de la campaña de vacunación del gobierno de México (tema de la tercera parte), quiero reiterar el título de la columna: no soy anti-vacunas. Sé, pues ni soy tan bruto, que la ruta más corta hacia la inmunidad de rebaño es (eso si el virus no sigue mutando alocadamente) la vacunación de la población. Hasta aquí estoy de acuerdo con los flagelantes anti-antivacunas.

El punto es, otra vez, la ceguera. Los buscadores de siempre de chivos expiatorios ad hoc a la tragedia global, tienen ahora en los que no se han vacunado, los que dudan, los desconfiados, su objeto de desahogo. Es una ceguera literal, camuflada de amor al prójimo. No están dispuestos a escuchar porque no buscan razones sino culpables a la mano. En el caso, culpables de no conducirse a ciegas como todos, de negarse a la imitación como regla de conducta.

Nada significa para los gregarios pro vacunas la evidencia de súper vacunados que se recontagian una y otra vez. Ni testimonios de laboratorio como el reporte de una investigación interna por Jocelyn Keehner, Lucy E. Horton y otros académicos de Medicina de las universidades de California (UCLA) y San Diego (UCSD), publicado por The New England Journal of Medicine (NEJM) en 2021. Dice, en versión de El País: “El riesgo absoluto de dar positivo para el SARS-CoV-2 después de la vacunación fue del 1,19% entre los trabajadores sanitarios de la UCSD y del 0,97% entre los de UCLA; estas tasas son superiores a los riesgos notificados en los ensayos de la vacuna contra el coronavirus ARNM-12731 [Moderna] y la vacuna BNT162b2.2 [Pfizer-BioNTech]”.

A los jóvenes puede parecer un chiste, una necedad de la tercera edad eso de ser precavido ante el covid-19. Más no son tan valientes, ni siquiera osados o temerarios: sólo juegan con ventaja y son más inconscientes. Saben desde un principio que son menos vulnerables sus cuerpos veinteañeros que los ajetreados de setenta años; y naturalmente, son depositarios de esa extraña gracia juvenil consistente en parecer que no se sabe de qué va. Los menos jóvenes no podemos darnos éste lujo. Acosan las comorbilidades y la vacuna es una infección chiquita del agente mortal. De escalofrío. Una persona que nunca ha fumado, duerma con regularidad, coma a sus horas y lleve un expediente de salud más o menos ordenado, puede vacunarse confiadamente aun si floreció ya 80 veces. Pero no todos sabemos o podemos vivir vidas impecables, de todo hay en el huerto. No es mi caso. Así las cosas, algunos calculamos hasta donde nos es posible, con información de primera, segunda y tercera mano, una estrategia personal de sobrevivencia.

No todos podemos permitirnos el lujo de sufrir reacciones severas por causa de la vacuna. Para algunos podría ser un volado a cara o cruz, como en mi caso. Y como en el de D.J. Ferguson.

Según narraron el papá David y una amiga que abrió una página de donaciones para costear los gastos de hospitalización, el Brigham and Women’s Hospital de Boston acaba de retirar a un hombre blanco de 31 años de la lista de trasplantes de corazón, porque el paciente hospitalizado desde el pasado noviembre decidió no vacunarse contra el Covid. Debido a una malformación de nacimiento, al señor DJ se le llenan los pulmones de agua y sangre; y así las cosas, juzgó conveniente no correr el riesgo de infectarse motu proprio. Temía que las reacciones adversas, usualmente leves para un ser sano, resultaran mortales para él.  No le valió. No habrá corazón nuevo para el disidente. Mejor muerto que no vacunado.

El argumento del hospital, por boca de un tal doctor Arthur Kaplan, no pudo ser más racional: “Los órganos son escasos, no los vamos a distribuir a alguien que tiene pocas posibilidades de vivir cuando otros que están vacunados tienen más posibilidades de sobrevivir después de la cirugía”. Negar un corazón en nombre de la vida: la coartada perfecta. ¡Qué bueno que hace días se hizo con éxito el primer trasplante de un corazón de cerdo a un ser humano!, para que en un futuro no haya excusas tan p… endebles.

Cuando una persona se vacuna protege su vida, procede por egoísmo natural, pues a decir de los laboratorios el mayor logro hasta ahora de las vacunas es volver leve al covid, reducir su letalidad, alejar la muerte. Pero ¿será cierto que los vacunados no contagian a los demás? No, no es cierto. Es una infamia y una calumnia decir que somos más contagiosos los no vacunados. Si cabe la razón a Guillermo López Lluch, podrían ser los vacunados inclusive más peligrosos para los demás que los no vacunados.

En palabras del catedrático de Biología Celular de la Universidad Pablo de Olavid: “Es muy probable que los casos de reinfección sean más numerosos que los detectados, ya que en la mayoría de las ocasiones no producen síntomas y, por lo tanto, a esas personas, que se consideran inmunizadas, no se les hace PCR”.

Seguimos a ciegas, hoy lo mismo que hace un año. Ergo, los flagelantes deben dirigir su miedo hacia otra parte. Los no vacunados no somos los culpables. Podríamos pagar por nuestra decisión; pero nosotros no culpamos a los vacunados de la tragedia surgida en la remota ciudad de Wuhan. No hay que ser.

Son mis argumentos. Pero de la principal razón para postergar mi vacunación, las vacunas autorizadas por México para la población, hablaré en la última entrega de esta columna interminable.

¿Qué opinas?
Cargando...