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Claudia, la Judía

 

Proliferan las flores negras de la exageración y la mezquindad en los surcos propicios del jardín electoral. Dondequiera que hay competencia por la simpatía de los electores tiránicos, brotan en efecto abundosas la desmesura y las canalladas. Siendo pues obra humana toda elección ofrece un espectáculo extra de pecadillos y pecados capitales.

Así, por ejemplo, el señalamiento, formulado al modo jesuítico insidioso, del origen judío de la candidata 4T Claudia Sheinbaum.

Recién, el muy católico expresidente Fox colgó a Sheinbaum el sambenito de “judía búlgara”. (Especial)

 

Siembran algunos opositores a la exjefa del gobierno capitalino ese vilísimo runrún atenidos a un inconsciente, antiguo y generalizado prejuicio. Murmuran oblicuamente: bien saben los murmuradores que el antijudaísmo fue desacreditado definitivamente por el socialista Adolf Hitler y sus secuaces.

Mas ¿por qué sigue tan extendido entre nosotros, habitantes del siglo xxi, el odio a los judíos? Ni que fuéramos musulmanes.

Una respuesta: porque el pueblo de Jesús no reconoce al Hijo de Dios ni tan siquiera profeta. Otra: porque tampoco reconocieron divinidad los judíos al profeta Mahoma.

Así quedó confrontada milenios atrás la religión madre de los monoteísmos modernos con sus vástagos cristiano y mahometano. Tal negación doble derivó en el reguero de pogromos por todos conocido. Se entiende el resentimiento.

Los linchamientos documentados remontan hasta las Cruzadas, azuzadas y financiadas durante dos siglos por el papado a partir de Urbano II. Y al siglo xiv el primero en Europa, cuando a los fines de desahogar el miedo causado por la mortífera ira de Dios, y de robar sus bienes a los vecinos judíos, a los cristianos diezmados por una bacteria se les ocurrió achacar la pandemia Peste Negra a los inmigrados del pueblo elegido.

Particularmente numerosos son los linchamientos antisemitas registrados en Europa oriental, específicamente en la Rusia zarista (y asimismo bajo la dictadura bolchevique), atribuibles todos al azuzamiento de la chusma creyente por sacerdotes de la iglesia ortodoxa. Así describió un reporte contemporáneo del NYT (recogido en Wikipedia) una masacre suscitada durante la Pascua de 1903 en la región de Ucrania-Moldavia:

“Los disturbios antisemitas en Chisinau, Besarabia, son peores de lo que la censura permitirá publicar. Estaba sobradamente planeada una masacre generalizada contra los judíos el día siguiente a la Pascua rusa. La turba estaba dirigida por sacerdotes, y el lema general, “Matad a los judíos”, fue repetido por toda la ciudad.

“Los judíos fueron tomados por sorpresa y acabaron masacrados como corderos. El número de víctimas ascendió a 120 y el de heridos a 500. Las escenas de horror de esta matanza están más allá de cualquier descripción. Los bebés fueron literalmente despedazados por la turba frenética y sedienta de sangre. La policía local no realizó ningún esfuerzo para impedir el reinado del terror. A la puesta del sol, las calles estaban repletas de cadáveres y heridos. Aquellos que pudieron escapar de la muerte huyeron de la ciudad, ahora prácticamente vacía de judíos”.

Destaco este pogromo por implicar a los padres de Claudia: el empresario Carlos, un judío oriundo de Lituania adscrito al culto alemán o ashkenazí (término extendido a los asentados desde la edad media en Europa oriental, mayoritarios hoy en la etnia global); y la académica Annie, una judía búlgara de la rama sefardí (comunidad original de España emigrada al este desde su expulsión en 1492 por los Reyes Católicos).

La familia del papá jalisciense llegó a México en 1920, huyendo de la ola de linchamientos precursora del nazismo a la que contribuyeron los Centurias Negras, una banda antisemita patrocinada por el zar, terratenientes rusos y la iglesia de los popes. La de la mamá chilanga huyó hacia nuestro país hasta 1940, justo dos años después de la Noche de los Cristales Rotos, cuando ya el holocausto se hallaba en plena marcha.

Padres de Claudia. IMAGEN Revista Expansión.

 

Insisto en que el origen de Claudia, hija de dos buenos judíos mexicanos, no viene al caso de la elección presidencial ni de ninguna otra. (A propósito, honra a Xóchitl el haberse contado entre los primeros en repudiar la murmuración antisemita enderezada contra la candidata 4T.) Y llevaré más lejos mi alegato en defensa de Claudia, para decir que si bien me enorgullezco de nuestras raíces castellana y aborigen, más orgulloso estaría si a mi estirpe concurrieran algunas gotitas de ese pueblo singular al que la Humanidad debe tanto.

Son los judíos una comunidad industriosa y creativa que confrontada con prejuicios y mezquindades de la peor ralea, merced a su martirio interminable aprendió a desarrollar estrategias de sobrevivencia heroicas y muy exitosas en todos los lugares a donde los arrojó la diáspora. Imposible, para mí, no ser fan de un pueblo así.

Si la etnia contara algo en política, yo votaría por Claudia nomás por sus raíces.

COHETERÍA

COLOFÓN  Al fin de ahorrar malentendidos, agrego que Claudia no es mi predilecta (prefiero a Xóchitl, inclusive a Ebrard).

Desconfío de Claudia la política por razones varias. Lo más reciente: la asunción de sí misma como moza de espuelas del presidente. No cabe tal conducta preescolar en una universitaria de 61 años; y me parece francamente esperpéntica su adhesión al culto a la personalidad de López Obrador, por contradecir tal servilismo, en una doctorada que investigó en la UCLA, “las exigencias de precisión y objetividad propias de la metodología de las ciencias” (DRAE).

De hecho, no deberían los afines presumir a una científica en su candidata Claudia. Ya es dudoso el título de su tesis para obtener en 1989 la licenciatura de Física: “Estudio termodinámico de una estufa doméstica de leña para uso rural” (no es chiste); y sobre todo, ni tiempo se dio de serlo, pues siendo estudiante malgastó uno precioso de la mano del novio Carlos Ímaz, durante el enésimo movimiento estudiantil (CEU, 1987) alineado con la izquierda prodictadura de la UNAM.

Ordorika, Ímaz y Robles, protagonistas del CEU. IMAGEN La Jornada

 

Ello le valdría no para innovar algo en materia científica, que va, sino para un empleo en el gobierno capitalino de AMLO en 2000, cargo al que renunció en 2006 para sumarse a la primera campaña presidencial del jefe. Perdida esa elección, reapareció en 2008 no en una asamblea de científicos sino en las luchas callejeras del Movimiento en Defensa del Petróleo. Luego, en 2012 volvió a acompañar al hoy presidente en su segunda campaña, y así se siguió hasta alcanzar por fin, en 2015, la jefatura delegacional de Tlalpan.

Comunistas Che Guevara, Fidel Castro y Ho Chi Minh, inspiradores del “movimiento estudiantil” de 1987, dos años después del arranque de la perestroika; y faltando dos para la caída del Muro de Berlín que reunificó a Alemania. (Internet)

 

Digo que estudiar la carrera de Ciencias no hace científico a nadie. Agrego que la ciencia genuina no suele servir primero al Poder, y en sus ratos libres a Minerva y Atenea. ¡Seamos serios!

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