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No soy Anti-Vacunas (1)

 

Dos veces en el lapso de un año anunció López Obrador haberse infectado del virus de Wuhan. La primera en enero del pasado año; la segunda en mismo mes del que corre. En el ínterin entre ambos contagios, recibió tres dosis de la vacuna AstraZeneca autorizada el 15 de febrero por el ministerio sueco de Seguridad de Alimentos y Medicamentos (MFDS), y por la Organización Mundial de la Salud (OMS) hasta el 15 de abril.

Inmediatamente después del primer contagio, en febrero de 2021 López Obrador se benefició de un tratamiento para tratar las secuelas del covid-19 en el prestigioso Instituto Nacional de Nutrición “Salvador Zubirán”. “Primero dar gracias al Creador, a la naturaleza y a la ciencia, porque salí bien y sano”, expresó al reaparecer el 8 de febrero.

El presidente fue vacunado tres veces al menos durante 2011. La primera, tres meses después del primer contagio, en el marco de su conferencia mañanera del 20 de abril; esto es, cinco días después de la autorización de la OMS. Exhortó entonces a los adultos mayores a vacunarse, con estas palabras: “No hay ningún riesgo, para empezar no duele la vacuna”. Agregó que “en un mes aproximadamente” se pondrían una segunda dosis, aunque no en público.

En realidad, López Obrador recibió la segunda dosis casi dos meses después, el 15 de junio, y de nueva cuenta durante una mañanera.

Segunda dosis, 15 de junio.

 

En tal ocasión, el presidente sostuvo que “a pesar de lo fuerte que pegó la pandemia, nadie se quedó sin ser atendido, todos fueron atendidos, todos tuvieron la posibilidad de estar en una cama de hospital y ahora todos, todos los mexicanos van a tener garantizado su derecho a la salud y a la vacunación”. De paso, escenificó con su subsecretario de Salud un ping-pong de elogios mutuos. El presidente describió a López-Gatell como “un profesional de primer orden, un hombre con conocimiento de su profesión, un destacado médico especialista, un hombre honesto, responsable, un ejemplo de servidor público; estamos muy contentos con su trabajo, su desempeño para salir adelante, salvar vidas”; y el subsecretario correspondió con creces al afirmar que “en todo momento la conducción de la epidemia ha estado acompañada por la voluntad del jefe de la nación de que las cosas se hagan bien, que se hagan con evidencia científica, pero además con la perspectiva del bienestar social”.

Finalmente, el presidente recibió una tercera dosis el 7 de diciembre en Jalisco, otra vez en la ventana de su conferencia diaria. Empero de poco le valdrían tres dosis de AstraZeneca, la ciencia, la naturaleza ni dios, pues poco más de un mes después, el 10 de enero confirmaría un segundo contagio.

Tercera dosis, 7 de diciembre. FOTO wp.com

 

He seguido con creciente curiosidad, a través de la prensa y las páginas oficiales de nuestro gobierno y la OMS, el intríngulis del presidente, sus contagios, vacunaciones y tratamientos (incluyo la revisión a que fue sometido el jueves 20 de enero en el hospital central de la SEDENA), pues espero aprender de la experiencia de otros, y sin duda, el caso mejor documentado en México es el de López Obrador. Aprender en cabeza ajena, por si las moscas. Lo confieso: me tracé una estrategia propia porque, en principio, desconfío de todos los gobernantes, sean del color que sean. No por mala leche ni por sospechosismo, sino porque en el ejercicio de dos oficios (académico y periodista) he podido comprender que para las personas que aspiran a los privilegios del poder, los demás somos apenas detalles de la escenografía donde despliegan ellos las alas inmensas de sus egos.

En particular, desconfío del presidente y su alter ego Gatell. He visto demasiadas tonterías en estos dos últimos años para confiar a ciegas o por mera imitación de rebaño. Pienso naturalmente en los detentes, los tréboles de cuatro hojas y los billetes de un dólar promocionados por el propio presidente de México como antídotos contra el covid-19; en la fallida “fuerza moral de no contagio” postulada urbi et orbi por Gatell; en las sinrazones esgrimidas, para no quedar atrás del patrón, por Olga Sánchez Cordero (nanopartículas) y por el gobernador poblano Miguel Barbosa (mole de guajolote). Pienso además en los más de 400 mil mexicanos muertos en un país donde el presidente y su clon subsecretario no han dejado, desde marzo de 2020, de burlarse del virus chino y del cubrebocas, del aislamiento y otras precauciones recomendadas por la OMS.

Se puso tapabocas para asistir el 18 de noviembre a reunión con Kamala Harris en la Casa Blanca. (vozdeamerica.com)

 

Segunda confesión: no me he vacunado. Mas no soy anti-vacunas. Sólo he querido esperar el momento preciso. Dejé pasar uno, de cuando me ofrecieron la Pfizer (me detuvo una gripe); pero, al cabo el destino me alcanzó. Necesito trabajar; y el certificado de vacunación se ha vuelto obligatorio.

Aun siendo obvio que los vacunados se recontagian y contagian a los demás, va ganando fuerza un prejuicio: la idea de que la culpa del desastre pandémico la tienen los anti-vacunas. Son el chivo expiatorio de moda. Así, al tiempo que se exculpa de cualquier responsabilidad a los gobernantes por las fallas (evidentes en México) de la estrategia nacional contra el virus chino, los flagelantes contemporáneos andan a la caza de los no-vacunados.

Pero de esto, y de la aplicación al pueblo mexicano de vacunas ideológicas no autorizadas por la OMS (Cansino china, Sputnik rusa, Soberana cubana), hablaré la próxima semana en este espacio.

COHETERÍA

FLAGELANTES Cuando la muerte negra asoló Europa entre los siglos xiv y xvii, el pueblo excitado por el dolor y la incertidumbre se dio a la búsqueda de presuntos culpables de tal ira de Dios. Y pronto halló un chivo expiatorio: los judíos. El asunto es tratado espléndidamente en un video de The History Channel.

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