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Juan Bustillos /Impacto (México), 21 Nov
De vez en vez, en reuniones familiares o de restaurante, suelo contestar a quienes me preguntan mi predicción sobre el 2018, que me gustaría que Andrés Manuel por fin se alce con el triunfo y no empate en derrotas a Cuauhtémoc Cárdenas.
Reconozco, lo he dicho sólo por joder, porque quienes me preguntan tienen sólo un argumento para desear el triunfo de López Obrador: Si panistas y priístas ya fracasaron, el de Morena merece una oportunidad.
Su cultura política, producto de esa academia maravillosa que es Facebook, no registra que Andrés Manuel fue tan o más priísta que algunos de los aspirantes del PRI a candidatos presidenciales (José Antonio Meade, por ejemplo, sigue siendo sólo simpatizante), a grado que en sus noches de insomnio se echaba en los brazos de las musas para componer himnos a su partido de la misma forma que “El señor de las ligas” Rubén Bejarano escribía a él poemas desde prisión.
Confieso que he vaticinado el triunfo de AMLO en broma, pero todo indica que Dios me va a castigar.
López Obrador es el único aspirante que tiene la candidatura segura y, como van las cosas, su principal contendiente será otro que tiene asegurada la candidatura, Ricardo Anaya, su versión panista, y la priísta de Roberto Madrazo.
Y ni a cuál de los dos irle.
Ayer, López Obrador presentó su Proyecto Alternativo de Nación, nada que no hayamos escuchado o leído en los últimos 17 años: Un compendio de buenos deseos y planes ideales para aterrizarlos.
El fin de semana, el Frente de Anaya, Alejandra Barrales y Dante Delgado acordó su coalición electoral; ahora sólo les falta ponerse de acuerdo en el método para postular a su candidato presidencial, una pequeñez que, sin embargo, quizás haga añicos el acuerdo original porque el panista quiere la candidatura para él y los perredistas para el jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Mancera.
Quienes los conocen saben que ninguno dará su brazo a torcer y que al final caminarán cada quien por su lado: Anaya con el panismo que no siga a Margarita Zavala y a Rafael Moreno Valle, y Mancera con el perredismo que no ha emigrado a Morena. Conforme a su costumbre, Dante Delgado se colgará del que ofrezca más.
Así las cosas, mi vacilada amenaza con convertirse en doble realidad: López Obrador o Anaya podrían ganar la Presidencia si el PRI se equivoca y consigue que su militancia sufra por segunda ocasión el “síndrome de los brazos caídos” (apoyar sólo de dientes para afuera a quien sea su candidato y dejarlo solo a la hora de la elección), como le ocurrió a Roberto Madrazo cuando se agandalló la candidatura pasando sobre Arturo Montiel.
Eso me pasa por vacilar con cosas que son serias.