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El Caso de la Mujer que Durmió 32 Años

En 1876 una adolescente sueca de 14 años llamada Karolina cayó en un profundo sueño del cual no despertó hasta 1908.

La familia Olsson vivía en Oknö, una isla cerca del pueblecito costero de Mönsterås, en el sureste de Suecia. Esta familia pesquera iba a recordar el 18 de febrero de 1876 como el peor día de sus vidas. Un vecino acababa de llevar a casa en su tartana a su hija de 14 años, Karolina, con un golpe en la cabeza y sangrando abundantemente. Nadie sabía lo que había pasado pero todo el mundo supuso que se habría resbalado en el suelo helado. La madre limpió la sangre de su hija con agua caliente y un trapo limpio. Por suerte, solo había sido un susto. Tenía hambre y se sentó con sus padres y sus otros cuatro hermanos a comer sopa, arenque y pan. Los días siguientes pasaron normalmente y la familia se olvidó rápidamente del golpe. Pero la tarde del 22 de febrero Karolina empezó a quejarse de un fuerte dolor de muelas y sus padres, que compartían la creencia de que si te duelen los dientes es a causa de las brujas, la mandaron a la cama. Esa sería la última vez que verían a su hija despierta.

El padre de Karolina era un pescador y no ganaba lo suficiente como para permitirse pagar un médico, así que junto con su esposa fueron a pedir consejo a la partera del pueblo y a sus amigos más cercanos. La niña no se despertaba pero si no hacían algo moriría por no comer; su madre, con mucho cuidado, empezó a alimentarla dándole dos vasos de leche azucarada al día. El tiempo pasaba y los vecinos, entristecidos, decidieron pagar entre todos la visita del médico, que fue incapaz de despertarla: ni zarandeándola, ni pinchándola con alfileres en el dorso de las manos, ni acercándole sales a la nariz… La niña, dijo el médico, estaba en coma, y le entregó a la señora Olsson un frasco de tónico con el objetivo de que la niña no se debilitara. Rechazó el pago de la visita y se marchó.

Durante todo un año el médico la estuvo visitando para comprobar su estado, que no cambiaba, y cuentan que le llevaba o un tónico o un caldo para la niña. Algo tenía que hacer y escribió al editor de la Revista Escandinava de Medicina describiendo el caso y pidiendo ayuda. La respuesta fue casi inmediata: por casa de los Olsson desfilaron multitud de médicos que con sorpresa pudieron comprobar que no le crecía ni el pelo ni las uñas de las manos ni de los pies. La familia les contaba que a veces se incorporaba en la cama con los ojos cerrados mascullando oraciones que había aprendido en la escuela.

Con el paso de los años la niña se había convertido en mujer pero no despertaba. En 1892 la visitó Johan Emil Almbladh, un cirujano que acababa de establecer ese año en Mönsterås: le diagnosticó histeria. En julio Karolina fue hospitalizada en la ciudad cercana de Oskarshamn, donde le aplicaron terapias electroconvulsivas. Como no consiguieron nada, le dieron el alta el 2 de agosto con el diagnóstico de demencia paralítica, un trastorno neuropsiquiátrico grave asociado a la sífilis. Estaba claro que no sabían qué le pasaba a aquella mujer que ya llevaba 16 años ‘dormida’.

No volvió a verla ningún otro médico.

En 1904 moría su madre. El padre era demasiado anciano para preocuparse por ella, así que las vecinas y una criada se dedicaron a cuidarla y darle todos los días sus dos vasos de leche. Tras la muerte de su hermano en 1907, Karolina comenzó a llorar de forma histérica, pero permaneciendo en ese supuesto coma. Y la noche del 3 de abril de 1908, 32 años y 42 días después de caer dormida, despertó. La criada la encontró llorando y pateando en el suelo. Cuando llegaron los dos hermanos que aun vivían no los reconoció. Estaba muy delgada y pálida, y durante los primeros días la luz le molestaba. Estaba débil y tenía dificultad para hablar, aunque podía leer y escribir, y recordaba todo lo que había aprendido antes de quedarse ‘dormida’.

La noticia corrió como la pólvora y periodistas de medio mundo fueron hasta Oknö para entrevistarla. Los que la visitaron decían que pese a tener 45 años parecía de veintipocos. A petición del gobierno se sometió a una serie de pruebas psiquiátricas en Estocolmo. Los médicos dictaminaron que estaba en plena posesión de sus facultades mentales. Fue “brillante y alegre” en sus respuestas a las preguntas de los médicos, aunque solo un tema parecía preocuparle: cuando le preguntaban sobre si podía recordar algún sueño de su tiempo en coma, se mostraba taciturna y se negaba a responder.

En 1910 el psiquiatra Harald Frödeström conoció a Karolina y dos años más tarde publicaba su informe del caso, ‘Soverskan på Oknö’ (la durmiente de Oknö) donde descartaba que fuera un caso de hibernación. Sospechaba que había sufrido algún tipo de psicosis provocada por un evento traumático, que la empujó a escapar del mundo. Frödeström aventuró que su madre la protegió y apoyó en esa decisión.Para el psiquiatra  era evidente que  algo muy grave tuvo que sucederle aquel lejano 18 de febrero de 1876.

Karolina murió de un derrame cerebral en 1950, a los 88 años de edad. Las personas que la conocieron dijeron de ella que era muy trabajadora y que parecía contenta con su vida.

 

 

con información de muyinteresante.es

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