contacto@codigotlaxcala.com
2461205398 / 2461217662
Para Alma Delia Quiñones y Sergio Cahuantzi Ph.D.
Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento.
Montesquieu
Los tiempos felices de la humanidad son las páginas vacías de la historia.
Gabriela Mistral
Cuando leas una biografía, ten presente que la verdad nunca es publicable.
George Bernard Shaw
En Estados Unidos nadie se acuerda de la guerra con España de 1898. Allí lo más viejo tiene diez años.
Woody Allen
Los sucesos que componen lo que con innegable ingenuidad llamamos nuestra historia, cambian de significado al paso del tiempo porque nueva información y otros modos de leer modifican lo que nos significaron. “Verdad es lo que la mayoría ve como verdad, pero la mayoría puede cambiar de opinión a lo largo de la historia”, resumió la idea el escritor cachemir Salman Rushdie. Tal vez las versiones incesantemente reactualizadas de lo pasado son fatalmente “fábula” (Napoleón), “ficción” (Borges), “patraña” (Ford), “invención” (Austen), “fantasía” (Baroja), “sueño” (Schopenhauer), “mentira encuadernada” (Poncela) o mera “destilación del chismorreo” (Carlyle); mas, es innegable que nos apasiona la historia y con frecuencia nos confronta -con los demás y nosotros mismos.
Vienen al caso tantos epígrafes (licencia que ilustra mi propio desconcierto) a propósito de una ola que desde las celebraciones de 1992 por el medio milenio del descubrimiento de América, no deja de acumular agua y vuelve a reventar, en vísperas del aniversario del 12 de octubre, sobre la idea fundacional del pasado mexicano e iberoamericano.
En efecto, el pasado día 11 el ayuntamiento de NY, la ciudad estadunidense con más familias de origen italiano, abrió un debate que sigue el camino de Los Ángeles, cuyo cabildo aprobó el 30 de agosto sustituir el Columbus Day por el Día de los Pueblos Indígenas, sumando a la ola -extendida este año a ciudades de Colorado, California, Arizona, Nuevo México, Minnesota y Washington- que podría poner fin a un decreto por el cual se instituyó en 1937 el festejo estadunidense en honor al navegante. Este mismo mes, los monumentos de Colón fueron vandalizados en Queens, Yonkers y Central Park, en Nueva York, y decapitaron por segunda ocasión la estatua de Junípero Serra (santificado apenas en 2015) que preside la histórica misión de Santa Bárbara en California, el estado de allá con más mexicanos.
Tales incidentes ayudan a entender la igualación hecha, a raíz de los sucesos de Charlestoville, por el president Trump entre supremacistas blancos e izquierdistas demócratas que desde entonces la emprenden un día contra las estatuas confederadas y al otro contra el legado español, con el extraño fin de deconstruir la versión del pasado prevaleciente en nuestra época.
“El odio no será tolerado”, grafitearon y embadurnaron con pintura roja que simboliza sangre la efigie del genovés esculpida en bronce por Jerónimo Sunol por encargo de la Sociedad Genealógica y Biográfica y develada en el Central Park en 1894. “Abajo el genocida”, “No honremos al genocida”, escribieron los decapitadores anti-supremacistas del Colón del Memorial Park de Yonkers, no muy lejos del Bronx. “No honren el genocidio, desmantélenlo”, signaron con pintura azul el monumento Columbus Triangle de Queens dedicado en 1941 que culmina un bronce de Angelo Racioppi. “Racismo, tíralo”, exhortaron días antes contra otro monumento colombino en Baltimore; y el 19 de agosto, militantes de la organización anti-supremacista SURJ se congregaron en Ohio para clamar porque sea retirada asimismo la estatua del ayuntamiento de Columbus.
Por si algo faltara, una comisión apoyada por el edil demócrata Bill de Blasio a cargo de revisar los “símbolos de odio” en la ciudad de los rascacielos, acaba de anunciar que propondrá desmontar ni más ni menos que el Colón de Columbus Circle, un emblema de Nueva York donde confluyen Broadway, la Octava Avenida, Times Warner Center y Trump International Hotel and Tower, cuyo entorno incluye además el Lincoln Center, el American Museum of Natural History, Times Square, Hell’s Kitchen, Midtown y un barrio tradicional de artistas y escritores de Manhattan: Upper West Side, en la ribera del Hudson. La ola contra la herencia hispana afectó también al descubridor de la península y ascendiente de un ex presidente mexicano, Juan Ponce de León, en Florida.
Entretanto, las interpretaciones encaramadas a la ola revisionista se bifurcan en todas direcciones, dando cuenta de una confusión o una claridad decididamente atípicas.
El director del Instituto Franklin de la universidad española de Alcalá, Julio Carreño, apuntó la dudosa hipótesis (pues a estas alturas los frailes cronistas siguen siendo autoridad historiográfica incuestionable en México) de que siendo la mayoría de los pobladores latinos de EE.UU. de origen mexicano, “no es de extrañar que los descendientes de esos inmigrantes utilicen el momento convulso en el que vive EE.UU. para atacar los símbolos de lo que ellos consideran una conquista bárbara y un genocidio”. Un no menos confundido Juan Pimentel, investigador del Instituto de Historia del CSIC de Madrid, declaró al diario abc: “Hemos pasado del supremacismo imperial castellano del franquismo a la estupidez de lo políticamente correcto; resulta significativo que no atenten o destruyan esculturas o pinturas de John Smith, el novio de Pocahontas, rubio y buen chico, pese a que el trato de los anglosajones a los nativos fue mucho menos integrador”.
De este lado del Atlántico las cosas no van mucho mejor. El presidente de origen latino del Hispanic Council, Daniel Ureña, think tank de las relaciones entre EE.UU. y el mundo hispano, rechaza la hipótesis hispanofóbica y atribuye dicha ola a “un contexto político y social en el que a veces no se comprende que la identidad de Estados Unidos no puede concebirse sin la aportación hispana”; y afirma sobre el caso Colón que ha sido “metido con calzador en un debate revisionista falto de rigor y repleto de ideología, demagogia y populismo”.
“Estamos en un momento en que todas las estatuas controvertidas del pasado están en el aire. Después de Charlottesville hay un cambio en el clima político. Se han calentado polémicas que normalmente eran ignoradas. Lo que ha cambiado es la percepción pública sobre si estas estatuas son apropiadas”, ha declarado por su parte, con mayor objetividad, un no menos perplejo historiador, Steven Kackel.
***
La inminente canonización de los llamados Niños Mártires de Tlaxcala -en base principalmente del capítulo XIV del tratado tercero de la Historia de los indios de la Nueva España escrita en el convento de Atlihuetzía por fray Toribio de Benavente “Motolinia”, quien aseguró haber atestiguado la exhumación del “cuerpo incorrupto” de Cristobalito-, implica el mismo debate histórico y moral aludido en esta columna.
En resumen, los frailes misioneros a cargo de la evangelización de los tlaxcaltecas ensayaron aquí una estrategia replicada en todos los territorios conquistados por la corona de España: arrebataron sus hijos a numerosas familias indígenas, y una vez convertidos “a señas”, los volvieron contra sus propios progenitores y las tradiciones de los pueblos nativos. Por eso precisamente mataron sus propios familiares y vecinos a Cristóbal, Antonio y Juan.
Que el asunto amerita al menos una reflexión histórica, sincera y alejada del enfoque teológico, lo indica la exigencia planteada en la pasada primavera al papa Francisco por el primer ministro de Canadá, durante una visita al Vaticano de Justin Trudeau y su esposa Sophie Gregorie en el marco de la cumbre del G-7 celebrada en Taormina. Aunque la Santa Sede reservó los detalles de la reunión de 38 minutos, la prensa divulgó que el gobernante planteó al Pontífice “la posibilidad de pedir perdón públicamente por el maltrato de misioneros de la iglesia católica hacia indígenas de su país”.
Una nota de Notimex precisa que “la solicitud de reconciliación tiene que ver con el fuerte debate actualmente en curso en Canadá sobre el papel de los educadores católicos en las ‘escuelas residenciales’, institutos donde eran colocados los niños de las poblaciones nativas tras haber sido arrancados de sus familias de origen”.
COHETERÍA
+Envejecer es dudar: todo lo contrario de lo que supuse siendo joven, cuando creía que al paso de los años -si me aplicaba en los libros y el estudio- el espíritu dubitativo que el azar tuvo a bien poner en mi pobre cabeza menguaría las incertidumbres. No sé a mis coetáneos, pero a mí me está pasando justamente lo contrario.
+Las preguntas se acumulan: ¿debemos las personas del siglo xxi repudiar a los ancestros que toleraron la esclavitud y/o poseyeron esclavos? La idea se antoja absurda. Los que piensan que no cabe tolerar, hoy, a los esclavistas de ayer, acaso no han estimado bien el alcance alucinante de esta tesis, pues tuvieron esclavos sor Juana e Hidalgo, la inmensa mayoría de los papas y los reyes, los filósofos romanos y griegos, los artistas y arquitectos medievales que pudieron comprarse uno, no pocos santos católicos y guías religiosos de otras religiones, y ni que decir los tlatoanis aztecas, los ahauob’ mayas, los incas (jefes) andinos, los déspotas eternos de Asia y los sátrapas interminables de la madre África. Ayudaría a atemperar las pasiones si en vez de abstraernos de la realidad al modo que tanto gusta a demagogos, sicofantes y mercachifles, cuidamos de tener muy presente que apenas ha dos siglos, comprar y vender personas era algo legal en todo el orbe.
La conciencia claridosa y valiente de la perdurable iniquidad del homo sapiens, creo, alza un dique a las seudo buenas conciencias que simplemente se tapan los ojos con la esperanza de sentirse o imaginarse mejores personas de mejores pueblos. No, tal vez no somos ni hemos sido tan buenos como el onanismo cultural y la autocomplacencia ciega nos hacen suponer. Ciertamente la especie ha mejorado sustancialmente -sobre todo en los dos últimos siglos-, mas no tanto como nos mentimos a nosotros mismos y enseñamos a los niños en las escuelas.
+Envejecer es dudar. Nuevas preguntas se agolpan al repasar ideas sobre la historia: ¿debemos al escudriñar nuestro pasado personal y los externos -de la región, la nación, la llamada “historia universal”-, aspirar a la inacabable verdad sin adjetivos; o es preferible y acaso inevitable conformarnos a pergeñar leyendas reconfortantes, novelas ejemplares, mentiras piadosas ad hoc a cualquier fin edificante o moralizador?
Entre todas, hay una que juzgo claramente pertinente: ¿cabe honrar en la vía pública sólo a los antepasados cuyos ejemplos de vida siguen siendo válidos y vigentes, y entonces recluir en los museos a los caducos porque no pueden ser ya inspiradores de civismo?