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Andanzas de un Sargento: Sino y Destino de Adán Fernández Herrera

Le dieron la Cruz de Hierro por demostrar su valor en la Primera Guerra Mundial, ¡se comportó con mucha valentía en las trincheras!”, exclama don Adrián.

-Y de los asesinatos de judíos en la Segunda Guerra, ¿qué piensa?

No, pos eso sí muy mal…” –admite.

-¿Se suicidó Hitler; o se escondió en Latinoamérica?

“Se me hace que sí de veras se suicidó.”

Adán Fernández Herrera no oculta su admiración por Adolph Hitler. Hasta se sabe los nombres del comandante de la Luftwaffe, Hermann Göring, y de Karl Dönitz, el  grossadmiral que firmó la rendición nazi.

Una vez un jefe se molestó porque tenía junto a mi cama una esvástica y la cruz esa al valor…”, baja la voz mientras dibuja en la libreta, como quien comparte una travesura. Sonríe todo el tiempo el afable y humilde don Adán; para nada asemeja a los militares juzgados y condenados por crímenes terribles. Se sobreentiende que tal admiración enraíza en la mitología del oficio castrense deparado por el destino al campesino venido al mundo un 16 de septiembre en la remota comunidad de Ixtacamaxtitlán, Puebla.

Destino: corría entonces el año 1943, un momento álgido de la gran guerra.

Aunque de cuna poblana don Adán también es tlaxcalteca, pues ha vivido los últimos treinta y cuatro años en el barrio Tepetlacinco de Santa Cruz Tlaxcala. “Me vine porque un día” –cuenta- “mi esposa me preguntó hasta cuándo íbamos a seguir pagando renta. ¿Qué me quiso decir?”.

-¿Qué ya le comprara casa?

¿Verdad? Así que pregunté a un conocido si sabía de un terreno o una casita que vendieran. A los pocos días me habló para decirme que una señora de Santa Cruz vendía una. Di el enganche con lo que me dieron por un terrenito que tenía en Libres; lo demás lo fui abonando a plazos.”

Charlamos en una mesa del Portal Grande de Tlaxcala, hasta donde llegó el sargento pensionado -se jubiló otro 16 de septiembre, en 1993- con un álbum de fotos, un oscilador con llave de telegrafista y bocina, y las tablas indispensables del código Morse dibujadas por él mismo. Nos había abordado tres días atrás enfrente del Mesón Taurino, en el centro de la ciudad de Tlaxcala.

Insistió en darnos la primicia sobre una reunión de ex condiscípulos de primaria; mas ya platicando se siguió con sus andanzas militares y nos compartió algunos jirones de una vida sencilla y extraordinaria.

GANANDO RESPETO

Hasta donde alcanza su memoria magnífica, Adán Fernández Herrera creció trabajando. Toda la semana en una finca cafetalera de Jalapa, a donde viajaba en tren cada lunes con el papá Melecio Fernández Martínez y los hermanos mayores. Y al volver a casa, de nuevo al trabajo en el ranchito familiar: cultivando los sábados y domingos con azadón entre laderas y barrancas maíz, haba, papa, calabaza, arbejón, cebada.

Evoca: “En la finca tomábamos café por la mañana con tortillas y frijoles, al mediodía taquitos de frijoles, en la tarde igual. Eso mismo comíamos en nuestra casa. Esporádicamente un trozo de carne, los domingos. Éramos muy pobres”.

Salvó de tales rigores al niño sin infancia la primaria Patria fundada por el franciscano Julio Flores Fortis, a la sazón párroco del templo parroquial de Ixtacamaxtitlán. Allí aprendió las primeras letras con el profesor Enrique Rodríguez Ximeno, conquistó logros básicos primeros y finalmente obtuvo un certificado de la SEP. Sobre todo, se ganó el respeto del escéptico Melecio.

El septuagenario que apenas alcanzó 1.59 metros de altura (“ya bajé dos centímetros y medio”) recuerda bien lo tanto que debe a esa escuela hoy en ruinas: “En primero y segundo obtuve tres medallas y un diploma cada año; y me dieron una bolsa de galletas de animalitos, una caja de “Marías” y un envoltorio grande de dulces. Al otro día mi papá estaba molesto porque nos tardamos, él no había ido a la escuela, así que no sabía. Entonces, mis hermanas le contaron lo que gané; pero él no escuchó o no entendió. No lo tomó en cuenta, así que ese mismo día me llevó a trabajar como todos los días. No me tenía confianza”.

Prosigue: “Cuando estaba en tercero me pasaron a cuarto en mayo. Fue porque el profesor estaba regañándonos, nos decía que éramos unos burros, que no sabíamos nada. ‘A ver: ¿alguien sabe qué es la zoología?’, nos retó. Yo levanté la mano; todo el salón se volteó a mirarme, también el profesor se extrañó. ‘A ver, Adán, ¿qué estudia la zoología?’ –me preguntó. ‘Es la ciencia que estudia a los animales’, respondí desde atrás, donde me sentaba. Se quedó estupefacto. Así me pasaron, por eso hice la primaria en cinco años. ¡No es por presumir pero sí era yo aplicado!

Completa: “Cuando dijeron que me iban a subir de grado me hicieron un examen oral que pasé bien; y luego un examen por escrito. Aquí sí me hice bolas. Mi papá estaba en el salón, fue la primera vez que fue a la escuela, para verme. Al mirar que tuve problemas, habló con el profesor. Se echó la culpa, les dijo que él nunca me había ayudado ni me pudo comprar libros. ¡Me defendió! Y aunque de panzazo, me subieron a cuarto. Creo que entonces empezó a creer en mí. Él nunca había ido a la escuela pero era muy listo, todo entendía”.

MISAS Y CLASES

El oasis escolar de los campesinos niños, adolescentes y jóvenes de Ixtacamaxtitlán transcurría entre el templo dedicado a San Francisco de Asís y la escuela Patria. Se deleita don Adán en la remembranza de la rutina feliz que tocó cumplir a su generación un siglo después de las Leyes de Reforma y casi tres décadas de la Guerra Cristera.

Amaneciendo, hacia las 5 de la mañana caminaban hasta la iglesia parroquial para escuchar la misa del padre Fortis. El mensaje de la homilía los seguía hasta el comedor donde desayunaban al cuarto para las ocho, antes de empezar la primera jornada en que aprendían la melodía de las letras españolas y los misterios de los números. El primer turno comprendía un receso de media hora a partir de las 10 y concluía al mediodía. Había que estar a la 1 en el comedor, antes de volver al salón a las 2 de la tarde. Durante la jornada vespertina planeaban sobre las geografías del planeta, se estremecían con las hazañas de héroes cívicos o no tanto y se maravillaban con las batallas de supervivencia de las plantas y los animales.

Por entonces leyó muchos libros el niño Adán. Su favorito, la novela Cuore (Corazón de niño) del militar y escritor socialista Edmundo de Amicis, que describe bajo la forma de un diario la vida de Enrique, un escolar de tercer grado de un liceo de Turín. Otros títulos –que cita de memoria- revelan la influencia de los religiosos y los militares en su vida buena: “El pequeño patriota paduano”, “El pequeño escribiente florentino”, “El pequeño vigía lombardo”, “Sangre romañola”, “El tamborcillo sardo”,“Naufragio en altamar”… Así, entre dogmas de fe, verdades de las ciencias e iluminaciones de las letras se le fue acabando la infancia al niño Adán en el oasis contradictorio que abrió a su generación las puertas de la edad adulta.

Cuando finalmente concluyó el sexto año, el profesor y rector de la escuela Patria Enrique Rodríguez Romano le entregó una medalla postrera. “Cuando terminé la escuela, un señor que se llamaba don José me regaló cinco pesos nuevecitos. Me dijo: ‘Toma, niño, síguete apurando’. Un maestro me pidió darle las gracias, y yo le dije al señor: ‘Muchas gracias, don José’. Quién sabe de donde sacó ese billete tan nuevo.”

MEMORIA GENERACIONAL

La primaria particular incorporada Patria graduó en 1955 a dieciséis alumnos, entre los cuales el niño de doce años Adán Fernández Herrera. El certificado expedido por la SEP el 23 de noviembre de 1956, firmado por la directora Ángela Arrieta Arroyo, da testimonio de su constancia: seis ochos y dos nueves.

Aún se acuerda de todos sus condiscípulos: los ocho que ya murieron, los dos que no sabe si viven o no y los otros cinco que como él siguen vivos. Insiste don Adán en referir los nombres y lo que sabe sobre sus sinos y destinos. Los actualizó en la memoria porque el pasado 20 de mayo volvió a recontarlos al alimón con los profesores Jacobo y Santiago en el pueblo natal, donde se citaron para recordar sus sueños infantiles.

El diploma de primaria no redimió de su destino campesino a los fallecidos Juan Palomino, Felipe Hernández, Fidel García, Rodolfo Hernández y José María Galindo. El primero murió en Papantla, Veracruz, hacia 1992. El segundo sirvió un tiempo a Fortis como escribiente y caballerango, mas cuando en 1978 el sacerdote mudó a Puebla, se reintegró al campo hasta su muerte ocurrida en 2007. Del tercero sólo sabe que se fue hace cosa de dos años. El cuarto y el quinto fungieron como profesores por breve tiempo, pues retornaron asimismo a las labores campiranas hasta sus respectivas partidas en Coahuiste, Puebla, en 2009, y en Ixtacamaxtitlán en 2014.

Teófilo Cuéllar y Fidencio de la Rosa Palafox zarparon octogenarios en el mismo año: 2015; el sexto en Chignahuapan, Puebla, tras hacer felices a otros niños como paletero; y el séptimo en la Ciudad de México, donde se ganó el sustento como comerciante ambulante.

Al octavo, Lucrecio Carmona, lo asesinaron en 1981 durante una balacera, cerca del pueblo natal al que sirvió como policía.

No sabe Adán si viven o murieron los condiscípulos Plácido Badillo y Mario Hernández; cuando les perdió la pista, el noveno era campesino en Cuautolanico, Puebla, y el décimo residía en el Estado de México.

De los que aún siguen vivos, también Sotero García regresó pronto a cultivar la tierra en las barrancas de Ixtacamaxtitlán; el undécimo era el mayor de esa generación, pues se diplomó a los 28, así que hoy ronda los 90. En cambio Samuel Leal, Santiago Álvarez y Jacobo Pozos intentaron siguieron estudiando. El duodécimo casi se convirtió en sacerdote aunque pudo fungir como tesorero del Seminario Palafoxiano; hoy vive, ya octogenario, en Tehuacán. El treceavo se hizo maestro más desembocó al cabo en obrero de una fábrica del Distrito Federal, donde se halla avecindado. Mejor le fue al catorceavo, jubilado como director de una primaria de Chignaguapan, donde reside ya octogenario.

El quinceavo, Víctor González halló lo mismo que Adán en el ejército mexicano una tabla de salvación: se jubiló siendo Mayor de sanidad.

Tras enlistar a los graduados de 1955 de la primaria Patria, el memorioso sargento recuenta la lista de ex condiscípulos, duda si le falta alguno y resuelve el asunto con típico ingenio campesino:

Estoy como el cuento de aquel que tenía cinco burros, los contó y volvió a contar, hasta que dijo: ‘¡Ah, pues si voy montado en el que me falta!’.”

SINO Y DESTINO

Como tantas cosas en la vida de las personas, el joven Adán Fernández dio de bruces con su destino porque así quiso la suerte, ese sino que unas veces burla nuestras ilusiones más caras y algunas otras –las menos- las ratifica.

Cuenta: “Me fui a a Puebla, donde un hermano trabajaba en una fábrica de papel. Por vergüenza de estar en una casa donde nos recogíamos, me salía muy temprano a buscar trabajo. Así me encontré a un conocido, me preguntó que andaba haciendo y le dije que buscando trabajo. Me llevó a una peluquería donde contrataban gente. ‘Métete y espera a que te llamen’, me pidió. Ahí estuve medio día, viendo cómo llegaban señoritas bien vestidas y salían contratadas. Traía yo huaraches, nadie me decía nada. Como a las 2 y media se fijaron que estaba ahí, me llamaron. ‘El trabajo es en México’, me dijo el que me recibió. ‘Está bien, pero no tengo para mi pasaje’, contesté. ‘No se preocupe, nosotros te pagamos el viaje”.

Así conoció el adolescente Adán –frisaba los 17- la Ciudad de México. Corría el año de 1960.

Mi trabajo era de despachador en un puesto de periódicos que estaba por La Merced. Me daban alojamiento y 7 pesos de pago, lo que era mucho, pues en el campo pagaban un peso por todo el día. Entre ahí a aprender a despachar, pero me aburría. Iba al cine Colonial que estaba en Fray Servando, y un día pasaron una película de soldados. En una escena vi que les pagaban adentro del cuartel mucho dinero. ‘Esos muchachos tienen todo el dinero del mundo’, pensé. Se me grabó la escena esa. Más después, cuando volví a trabajar en el campo, me pasó lo que voy a contar.

Éramos cuatro muchachos que habíamos ido a trabajar limpiando cañales a una finca de Misantla, en Veracruz. Me fijé que uno traía el pelo muy corto, como militar. Le pregunté, y me dijo: ‘Fui soldado, pero ya me deserté’. En los descansos que teníamos, le preguntaba yo cómo era trabajar en el ejército. ‘Te dan uniforme, de comer y paga cada cinco días’, dijo. Como vio que tenía curiosidad, un día me preguntó: ‘¿Te gustaría trabajar en el ejército?’. Le dije que sí, y él mismo me llevó a los ocho días hasta el cuartel de Martínez de la Torre. Entré a prueba, sin paga; estaba contento, pero no fue tan fácil. Duré un mes trabajando con los caballos hasta que ya me contrataron. Cobrábamos por quinta, le decían así porque pagaban cada cinco días. Ya después fue por quincena, y más adelante, cuando en 1967 me pasé al servicio de transmisiones, ganaba mejor. A mí me parecía mucho dinero, por lo que ya dije de que en el campo pagaban un peso.”

BATALLÓN DE TRASMISIONES

Adán Fernández Herrera se incorporó hace más de medio siglo al 7º Regimiento de Caballería del ejército mexicano, el 1º de noviembre de 1963. Tenía apenas veinte años. Sin saberlo entonces, la decisión de presentarse al cuartel de Martínez de la Torre orientó para siempre su camino.

A la vuelta de una década, a mediados de los años ‘70 fue reubicado a un cuartel de Valsequillo, en las inmediaciones de la ciudad de Puebla. Al joven Adán le sirvió su buena memoria para ganarse un sitio en el selecto Batallón de Trasmisiones, tras destacar en el aprendizaje de las combinaciones de puntos y rayas que conforman las letras y los números del código Morse.

Rememora: “Estuve diecinueve años en la Escuela Militar de Clases ‘Mariano Matamoros’ de Puebla. Entré como operador; pero cuando no andaba de misión ni estaba de guardia, podía hacer otras actividades. Allí obtuve conocimiento de los equipos de radio en la academia de Trasmisión y Recepción. Se me facilitó bastante el uso del transmisor, parece que yo había nacido sabiendo.”

Después de la academia, a veces hacíamos trabajos de pico y pala. Aprendí también a disparar el rifle, la carabina M2, el máuser 7.62, a tirar granadas y utilizar el mortero. Como había caballos, íbamos a traer pastura, nos convenía porque salíamos de la rutina”

-¿Alguna vez tuvo que disparar a una persona?

Sinceramente no. Siempre fue en las prácticas, nunca fuego real.”

-¿Le tocó ver caer a algún compañero en combate?

Únicamente me tocó ver heridos en los ejercicios que hacíamos en el cuartel. Una vez un caballo mató a un soldado, lo aventó de cabeza contra una piedra. Y otro murió cuando fuimos a bañar los caballos al río Bobos, en Martínez de la Torre, también por una caída del caballo.”

-¿Enfrentó a narcotraficantes?

Tampoco. Sí me tocó hacer recorridos en varios lugares del país, por Sinaloa, Chihuahua y varios estados más, pero como yo era del Batallón de Trasmisiones no tuve que entrar en combate. Me tocaba quedarme en la base, los compañeros eran los que iban.”

-¿Qué le gustó de la vida del soldado?

Más que nada, la cuestión económica. Y aprender cosas buenas: a marchar, hacer guardia, montar a caballo, la clave Morse. También haber desfilado dos veces a caballo en Veracruz, ir un año a una escuela militar para ser sargento y haber estado en el cuadro de honor de la escuela militar de clases, en 1975.”

-¿Su mejor recuerdo de la vida militar?

¡Haber ido a la escuela!”.

COLOFÓN

El sargento Adán Fernández Herrera vive en Santa Cruz Tlaxcala con su esposa Elodia Herrera Cruz y una hija del total de siete vástagos procreados por la pareja. Es abuelo de 11 nietos y bisabuelo de 2 bisnietos. Se siente, pues, satisfecho con la pensión que le asignó la SEDENA. Ha de estar a mano con la vida a juzgar porque ya heredó “a michas” la casa familiar a las hijas mayor y menor y repartió a los demás un seguro del ejército que podrán cobrar a su muerte. Entrega buenas cuentas el niño campesino que quiso ser soldado: Anayeli y Fabiola son licenciadas en derecho; el menor, Miguel Ángel, llegó también a sargento; María de Jesús y Arturo se ganan el pan asimismo con honradez, ella como mesera y el mayor como taxista.

A sus 74 años, un Adán “agradecido de haber elegido el camino militar” sigue disfrutando de la vida, releyendo los libros que lo ensoñaron de joven, viendo peleas de box, emocionándose con películas mexicanas, de vaqueros y sus favoritas de guerra. Su natural curiosidad lo mantiene tan vivo como cuando el niño vivaz asombró a sus condiscípulos con la zoología: “No me gusta el celular, pero ya estoy aprendiendo algo de la computadora y ya tengo internet”.

Bien puede presumir don Adán que habiendo zarpado con tantas desventajas, finalmente logró salirse con la suya.

APÉNDICE

A insistencia del sargento don Adán Fernández Herrera, se reproduce enseguida la lista de Comandantes de la escuela militar “Mariano Matamoros” durante el tiempo en que el soldado prestó allí sus servicios al ejército de México.

G.B. DEM Gonzalo Bazán Guzmán

Cnl. Cab. DEM Víctor Manuel Ruiz Pérez

Gral. Absalón Castellanos Domínguez

G.B. DEM Rafael Macedo Figueroa

Gral DEM Adolfo Héctor Velasco Casas

G.B. DEM Carlos Cisneros Montes de Oca

G.B. DEM Francisco Fernández Sales

G.B. DEM Alfonso Mancera Segura

G.B. DEM Tito Valencia Ortiz

Cnl. Inf. DEM Rigoberto Castillejos Adriano

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