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La capacidad de asombro en México está agotada. Todos los días salen a relucir casos de corrupción, indolencia, complicidad e impunidad. Leemos o escuchamos las notas y después del consabido “qué barbaridad” todos seguimos en lo nuestro. Hemos perdido la dimensión de la gravedad de este presente que vivimos y damos por natural lo que en otros países sería, cada caso por sí mismo, motivo de cimbra institucional. Nada; aquí no pasa nada.
La semana anterior, un día despertamos con la noticia que uno de los más grandes orgullos que tenemos en el futbol internacional, Rafa Márquez, capitán muchas veces de la selección mexicana, y Julión Álvarez, cantante muy popular y exitoso de banda, están señalados por lavado de dinero por Raúl Flores “El Tío”, un capo de quien prácticamente nadie habíamos oído hablar y que además ya estaba detenido en el reclusorio sur de la Ciudad de México. La noticia del involucramiento de esas personas por supuesto no fue de origen mexicana, sino de las autoridades estadounidenses que tenían tiempo ya en dicha investigación.
No menos importante fue la noticia que llegó de Brasil de que la empresa Odebrecht habría depositado sobornos a Emilio Lozoya, exdirector general de PEMEX desde 2012 hasta 2016, por alrededor de 10 millones de dólares para ser favorecida con contratos millonarios como el de la refinería de Tula, Hidalgo, por 115 millones de dólares. El abogado Javier Coello Trejo, gran penalista, sostiene públicamente que no existe prueba que vincule a su cliente con dichos depósitos. La batalla jurídica será cruenta.
En nuestra patria chica, nuestra querida Tlaxcala también se cuecen habas. Solo en una semana tu escribana, querido lector, compartió la angustia de tres casos en los que la falta de acción se tradujo en dolor evitable. Una chiquita de 15 años desaparecida, una familia enlutada al perder la vida un chofer de transporte público en plena esquina de casa de gobierno sin que algún funcionario tuviera siquiera la sensibilidad de una llamada telefónica de condolencias; y, justo frente a su casa, un desalmado quiso llevarse a una pequeñita.
En la XXII asamblea nacional del PRI, sin embargo, los discursos hablaron de modernización del PRI (ya habíamos oído eso allá por el 2000, ¿no?), que ese partido no había llegado a administrar sino a transformar a México y que si al PRI le va bien, le va bien a México, frases más, frases menos.
Nada más lejos de la verdad.
A México no le está yendo bien, a México le sobra deuda y le falta inversión, le sobra impunidad y le falta justicia, le sobra demagogia y le falta lealtad de sus políticos a las familias mexicanas y sus sueños. Siguen sin darse cuenta que no se dan cuenta. Entre la verdad histórica, la verdad jurídica y la justicia, hay todavía un largo trecho. Muerta la capacidad de asombro, la esperanza queda moribunda.