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En los anales de la democracia latinoamericana, Marcelo Odebrecht, un magnate brasileño de la construcción, ocupará un lugar de infamia único. Desde México hasta Argentina y muchos lugares intermedios, su empresa constructora sobornó a presidentes, ministros y candidatos para obtener contratos públicos, dando un ejemplo nefasto que siguieron otras firmas.
El daño al bolso público en contratos acolchonados rebasó los 3 mil millones de dólares. El costo intangible en América Latina para la credibilidad y el prestigio de la política democrática es incalculable.
Las reverberaciones del escándalo de Odebrecht llegan en el peor momento posible. Comenzando con Chile este 19 de noviembre, siete países latinoamericanos elegirán presidentes durante los próximos 12 meses. Incluyendo a los dos gigantes regionales, Brasil y México. Un octavo, Venezuela, debe votar en diciembre de 2018, aunque es poco probable que su dictador, Nicolás Maduro, permita una contienda razonable. Otras seis papeletas presidenciales vencerán en 2019, especialmente en Argentina.
El futuro político de la región está en juego.
Los latinoamericanos están siendo llamados a votar justo cuando las encuestas indican que son más cínicos sobre sus democracias de lo que lo han sido durante los últimos 15 años más o menos. Principalmente debido a la corrupción, hay un fuerte estado de ánimo anti-establishment. El temperamento popular no ha mejorado al empeorar la delincuencia en algunos países, y la lentitud económica después de un auge previo ha dejado a muchos latinoamericanos con expectativas elevadas e ingresos estancados.
Todo esto ha avivado los temores de un resurgimiento del nacionalismo populista, justo cuando la región parecía estar sacudiéndose de la última versión de eso.
Es un riesgo especialmente en México, donde Andrés Manuel López Obrador, un populista de izquierda, lidera las encuestas de opinión sobre las elecciones de julio.
Pero hay otros factores a considerar. Uno es un distanciamiento ante la izquierda, dominante durante más de una década en América del Sur, que comenzó con el triunfo de Mauricio Macri en Argentina en 2015. La sólida exhibición de su coalición favorable a las empresas durante la elección para el Congreso, en octubre, confirmó esa tendencia. Una victoria de Sebastián Piñera en Chile, la extendería.
Otra tendencia es la fragmentación política. Las elecciones están ambas muy abiertas en Brasil (docena de aspirantes o más) y Colombia (la puntuación). Esto ha permitido que personas desconocidas, como Jair Bolsonaro, un populista de extrema derecha, figuren en las primeras encuestas de opinión en Brasil. La fragmentación conlleva otro peligro. Los nuevos presidentes pueden tener problemas para obtener una mayoría legislativa justo cuando la región necesita reformas para volver a un crecimiento más rápido.
Sin embargo, la fragmentación no significa que los incendiarios (firebrands) ganarán.
Debido a que las lealtades de partido son más débiles, muchos votantes aún están indecisos. Las partes centristas en Brasil y México aún tienen que definir candidatos; los que emerjan de la manada verán que su posición en las encuestas mejorará.
Los latinoamericanos de clase media, una mayor proporción del electorado que en el pasado, tienden a estar más enojados con la corrupción que los pobres, pero tienen más que perder y, por lo tanto, pueden ser intolerantes con el aventurerismo. Por esa razón, López Obrador perdió las últimas dos elecciones presidenciales en México después de liderar las encuestas de opinión.
Los medios tradicionales en América Latina han sufrido menos por la competencia con los medios digitales que los de otras regiones; y someterán a los disidentes (outsiders) a cuestionamientos.
Incluso en una era de partidos debilitados, las máquinas políticas pueden ser decisivas. Eso aplica en las elecciones paraguayas que se celebrarán en abril, donde el gobernante Partido Colorado mantiene un fuerte control. En Honduras, que está programado para votar el 26 de noviembre, el titular conservador, Juan Orlando Hernández, obtuvo un fallo judicial cuestionable que le permite postularse para la reelección. Pudiera estar construyendo una autocracia.
Las elecciones de dos vueltas brindan protección adicional contra el extremismo. En la correría, los votantes tienden a embarnecer al mal menor (the lesser evil), por lo general al candidato más centrista. Es probable que las elecciones presidenciales pasen a una segunda vuelta en Chile, Costa Rica (que vota en febrero), Colombia y Brasil.
En México, que no tiene una segunda vuelta, los votantes tienden a elegir candidatos más seguros en la primera y única ronda.
Sin embargo, López Obrador podría ganar. Una segunda vuelta en Brasil podría enfrentar a Bolsonaro contra Luiz Inácio Lula da Silva, el ex presidente de izquierda que ha sido condenado por corrupción (contra lo cual está apelando). Pese a todo, es probable que los centristas funcionen mejor de lo que sugieren las primeras encuestas.
Si hay un rayo de luz en el escándalo de Odebrecht es que ha puesto el centro de atención en el financiamiento de las campañas y la corrupción política, lo que ha llevado a algunos países a limpiarse a sí mismos.
La democracia latinoamericana puede estar herida, pero Venezuela aparte, se halla lejos de estar muerta.
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(*) Traducción para Código Tlaxcala del editorial Latin America’s voteathon del diario británico The Economist, publicado ayer jueves en la versión impresa del periódico, por X. Quiñones.