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Cuando se anunció que sólo 78 de los 130 parlamentarios habían votado a favor de la vacancia o deposición de Pedro Pablo Kuczynski Godard, se hizo un silencio. Inmediatamente la voz aclaró: 79. El último voto fue de Luis Galarreta, presidente del Congreso del Perú, la tercera opción de relevo –única en realidad, pues el vicepresidente y la vicepresidenta habían avisado que se irían con el presidente- si el juicio moral hubiera tenido éxito.
Fue una sorpresa de último minuto, pues hasta entrada la noche las cifras del Sí fluctuaron entre 83 y 89 votos, muy cerca de los 87 necesarios. Un voto No de gran significado aunque no determinante, fue el de Kenji Fujimori, el hermano de Keiki, a la que el enjuiciado ganó en segunda vuelta por apenas 40 mil votos el 5 de junio de 2016.
Por lo trascendido, sabemos que lo que evitó la deposición de Kuczynski fue la abstención de diez parlamentarios encabezados por Marco Arana, del izquierdista Frente Amplio que lidera Verónika Mendoza. Así, por segunda ocasión la izquierda peruana disculpó al presidente su “neoliberalismo” y lo salvó de la derrota –la primera vez durante el balotaje de 2016-, y por la misma razón: frenar al fujimorismo, la principal fuerza política de la nación andina.
Ciertamente Perú es un país extraño, así sea por la preeminencia del fujimorismo que como Fuerza 2011, se convirtió hace seis años en segunda bancada con 37 escaños; y cinco años después, en 2016, ya como Fuerza Popular obtuvo la mayoría absoluta con 73, el 56% de los asientos.
Extraño, sí, pues Alberto Fujimori, quien gobernó el país entre 1990 y 2000 –como dictador a partir de 1992, tras el llamado autogolpe del 5 de abril mediante el cual disolvió el congreso y suspendió el poder judicial- se halla condenado desde 2010 a 25 años de prisión.
Ello por amasar desde la presidencia un estimado de 600 millones de dólares (devolvió sólo 160); y sobre todo, por crímenes de lesa humanidad (masacre de 15 personas en Barrios Altos y de 10 universitarios de La Cantuta), diversos homicidios más, torturas y algunos secuestros (un empresario y un periodista entre ellos), todo en el marco de la lucha contra el grupo terrorista Sendero Luminoso.
Mediante una ley de Amnistía dada en 1995, tras su primera reelección Fujimori absolvió a las fuerzas armadas de incontables crímenes cometidos en el marco del combate a las guerrillas maoísta y guevarista. Esta decisión anómala por cuanto iguala a los agentes del Estado con los criminales, aunado a las circunstancias cómicas de la renuncia del dictador, ahondan el misterio del arraigo del fujimorismo.
Como se sabe, al iniciar su tercer periodo y mientras estaba siendo juzgado en el congreso que ayer perdonó a Kuczynsky -asimismo de incapacidad moral, una figura contemplada en la constitución desde el siglo xix-, Fujimori viajó al Japón para asistir a la sesión anual del Foro Asia-Pacífico (APEC); y una vez allí, envió por fax su renuncia a los parlamentarios. Ya antes, ante la rebelión de un grupo de militares, había buscado el también ex presidente de la Asociación Nacional de Rectores, en el otoño de 1992, refugio en la embajada de Japón atenido a su doble nacionalidad.
Doblemente extraño Perú, país donde un ladrón y criminal encarcelado sigue gozando de tanto respaldo popular. ¿Cómo explicarlo? Tal vez porque sus sucesores no han sido precisamente mejores.
El misterio se aclara en parte si se considera que el mandatario elegido tras el gracioso escape de Fujimori, Alejandro Toledo, se halla actualmente en calidad de fugitivo, boletinado lo mismo que su esposa Eliane Karp por la Interpol. Están acusados de lavar activos y traficar influencias en compras inmobiliarias con dinero ilícito durante su mandato de 2001-2006; y lo mismo que Kuczynsky, de recibir además sobornos de la constructora Odebrecht. El proceso por este delito data de principios del año en curso, tras que Jorge Barata, un representante de la empresa brasileira reveló haber depositado en cuentas del magnate judío Josef Maiman, por indicaciones de Toledo, 20 millones de dólares a cambio de favorecer a Odebrecht con concesiones de la ruta interoceánica Brasil-Perú.
La desilusión consecutiva que significó Toledo para el pueblo peruano se extiende hasta una coartada favorita de la generación adjetivada “tecnócratas”: el currículum académico. Al convertirse en presidente luego de vencer a Mario Vargas Llosa gracias al apoyo del aprista Alan García y de la izquierda peruana, Fujimori había sido rector de su alma mater, la Universidad Agraria La Molina, acumulaba una segunda licenciatura en Física Pura por la universidad de Estrasburgo y un master en matemáticas de la Wisconsin-Milwaukee. Toledo no se queda atrás: fue becario de la universidad de San Francisco, donde graduó como Economista y Administrador de empresas, y le certificó master en Economía y doctor en Economía la muy prestigiosa Stanford -donde ha fungido como profesor visitante de varios centros avanzados, lo mismo que en la Johns Hopkins de Washington D.C,
Tampoco desmerece la currícula de Kuczynski, por cierto: en Inglaterra fue alumno del Rosall School y del Royal College of Music, y se licenció por Oxford; en Suiza asistió al Conservatorio; en Estados Unidos se graduó master en Princeton. Empero el saldo de los mandatos de estos posgraduados de las mejores universidades del mundo apenas hace diferencia con el gobierno de cualquier hijo de vecino, pues básicamente el grueso de la población peruana sigue viviendo vidas desesperanzadas, estancada en los bordes de la pobreza mientras cada quinquenio un puñado de familias se enriquece a la sombra del gobierno.
Es el mismo patrón latinoamericano anterior a la emergencia de la llamada tecnocracia. Se entiende la nostalgia por Fujimori: al menos el inca-nipón que desde la cárcel mantiene una anómala hegemonía en la política nacional logró enjaular al siniestro Abimael Guzmán y la economía del país pudo crecer en 1994 una cifra récord que muchos recuerdan todavía: 13%.
La izquierda enemiga del neoliberalismo salvó anoche a Kuczynski, advertida del riesgo de un retorno del fujimorismo que dos veces, en 2011 y 2016, había fracasado de milagro en la persona de la hija Keiko. Y es que si como avisaron Martín Vizcarra y Mercedes Araos, ambos vicepresidentes se irían con Kuczynski, tocaba al presidente del congreso, el neofujimorista Galarreta, ocupar la Casa de Pizarro y convocar a elecciones.
Cosas del revuelto destino de un extraño país llamado Perú: Galarreta llamó a votar en favor de Humala para detener a Keiko en 2011, cuando Kuczynski –quien fue presidente del Consejo de Ministros de Toledo- se pronunciaba en favor de la hija del ex mandatario encarcelado, la principal enemiga de su presidencia.
Por la mañana Kuczynski reafirmó su inocencia al defenderse ante el congreso que lo juzgó no por recibir parte de los sobornos de Odebrecht durante el mandato de Toledo (el juicio judicial sigue entretanto un curso paralelo), sino por mentir. Alegó que entonces, hace más de una década, había delegado la conducción de su empresa a un socio mientras él fungía como ministro. Es una versión difícil de creer; no es verosímil que al recuperar el manejo del negocio permaneciera ignorante de tan importantes manejos financieros durante tanto tiempo. Por eso ayer, al iniciar el juicio, la mesa del congreso enlistó las muchas veces que entre 2016 y 2017 el presidente aseveró públicamente no haber recibido nunca dinero de Odebrecht. Mintió.
Ergo, cabe afirmar que para bien o para mal a Kuczinsky lo salvaron ayer los intereses de los grupos antifujimoristas. Si esto ocurrió en beneficio del Perú, un país entrampado entre la corrupción y la desilusión, sólo el tiempo lo dirá.
COHETERÍA
EJEMPLO Queda el ejemplo del Congreso del Perú. Primero un grupo de 26 parlamentarios solicitó el juicio. Luego otro de 44 lo autorizó. Finalmente, ayer los 130 legisladores escucharon al enjuiciado y enseguida discutieron abiertamente el asunto. Llegado el momento de votar, tan sólo 19 apoyaron abiertamente al titular del Ejecutivo. Perú volvió a decir no a la impunidad. Tiene al menos esta esperanza.
EJEMPLO BIS La humillación de Rajoy en las elecciones legislativas de Cataluña ratifica el deseo independentista de la región más próspera, liberal y culta de la España que hoy gobiernan los herederos del dictador católico Francisco Franco. Fracaso del 155 que llevó al exilio a Puidgemont -quien desde Bruselas ha pedido al presidente reunirse en el exterior, lejos del no menos cuestionado Supremo Tribunal Constitucional. Cosas de una democracia genuina. Sólo uno de cada 25 votantes (4%) dio su respaldo al nacionalismo español encarnado en Mariano. El sonoro mentís a la intensa campaña anti-independentista confirma la inutilidad de una presidencia empañada por el cobro de “moches” a licitadores de obra pública (Caso Gurtel) que fueron distribuidos durante dos décadas a funcionarios del Partido Popular (PP) a través de una contabilidad B o secreta (Caso Bárcenas). Toda una lección. Esperanzadora, también.