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¿Obtendrá México a su Donald?

Bret Stephens/The New York Times (E.U.), 29 Jun

 

Traducción y notas del artículo Will Mexico Get Its Donald?, publicado por NYT el viernes 29, por Xavier Quiñones.

 

Los mexicanos van a las urnas el domingo, unidos políticamente por una sola cosa: el desprecio total por Donald Trump. ¿Entonces por qué parecen dispuestos a elegir su propia versión de izquierda?

Esa es la gran pregunta sobre la esperada victoria de Andrés Manuel López Obrador, o AMLO, un apasionado populista que hace su tercera apuesta por la presidencia. El ex alcalde de la ciudad de México estuvo a punto de ser electo en 2006, solo para ser derrotado en la votación siguiente de 2012. Ahora está en camino a la victoria con un promedio de encuestas de Bloomberg que le muestra con más de 50 por ciento de los votos en la carrera de cuatro carriles de este año.

¿Qué es diferente esta vez? Los mexicanos están furiosos como el infierno de un sistema que ven como un acuerdo egoísta, de bajo rendimiento y corrupto. Eso debería sonar familiar para los estadounidenses -por no mencionar a italianos, británicos y los de cualquier otra nación afectada por la marea populista.

En el caso de México, en gran parte tienen razón.

Enrique Peña Nieto, el titular saliente, llegó a su oficina con la promesa de reducir la tasa de criminalidad a la mitad. En cambio, México sufrió más de 25,000 asesinatos el año pasado, un récord moderno.

Prometió finalizar la corrupción. Su gobierno es sospechoso de espiar a investigadores anticorrupción, y su esposa fue sorprendida comprando una mansión de 7 millones de dólares a un contratista del gobierno.

Prometió un crecimiento económico anual de 6 por ciento. Casi nunca superaría el 3 por ciento. El salario promedio cayó alrededor de $1,000 durante la Gran Recesión y no se ha recuperado desde entonces.

Todo esto, mientras los mexicanos han sido vilipendiados como violadores, asesinos y gorrones por el presidente estadounidense, quien también ha declarado que no le importa si sus políticas les perjudican.

Si gana AMLO, Trump lo merecerá. Los mexicanos, sin embargo, no tanto.

La popularidad de AMLO se basa en la creencia de que terminará con la corrupción, reducirá el crimen y redistribuirá entre la gente las ganancias mal habidas. ¿Cómo exactamente? Así como Trump declaró en la convención republicana de 2016 que él “solo” podría reparar un sistema roto, AMLO parece haber convencido a su base de que puede hacer que las cosas sucedan.

“Todo lo que digo se hará”, recalca su promesa de hacer un gobierno que sea justo y honesto. Abajo la política y el arte de lo posible; arriba los pronunciamientos y el encanto de lo profético: es el camino de los demagogos en todas partes.

Trump promete construir muros fronterizos, ganar guerras comerciales, mantenernos a salvo del terrorismo y terminar con el Obamacare, todo con solo un dedo (o una orden ejecutiva). Sus fervientes partidarios creen que sucederá, ya sea porque ignoran tristemente los controles y equilibrios o porque se han comprometido secretamente a eliminarlos.

De manera similar, AMLO promete corregir inequidades sociales que se remontan a 500 años, en su período de seis años. En una entrevista con Jon Lee Anderson del New Yorker, se compara con Benito Juárez, la réplica en México de Abraham Lincoln.

La idea de una mejora constante y una mejora gradual no es para él. Y en la ira actual de México, parece que finalmente ha encontrado su momento.

Algunos de los escépticos de AMLO se consuelan con el hecho de que en esta campaña ha moderado sus políticas, modulado su tono, se ha comunicado con la comunidad empresarial y ha prometido trabajar pragmáticamente con Estados Unidos. Pero no está claro si tal retórica suave es algo más que un intento de disipar el miedo (que fue un factor importante en sus derrotas anteriores) de que él es un Hugo Chávez mexicano.

Si gana la presidencia con grandes mayorías legislativas, no habría un control institucional sobre sus ambiciones. Esto rara vez funciona bien en las democracias frágiles, especialmente cuando las ambiciones van en la dirección del estatismo económico y el populismo político. Especialmente no funciona bien cuando las políticas populistas colapsan (como generalmente lo hacen) en contacto con la realidad.

Lo que generalmente sigue no es una corrección del curso por parte del líder o la desilusión entre sus seguidores. Es una caza cada vez más agresiva de chivos expiatorios: especuladores codiciosos, estado invisible  2, intrusos extranjeros, periodistas deshonestos, saboteadores, quintacolumnistas, etc. Ese ha sido el patrón en un gobierno populista tras otro, desde la Hungría de Viktor Orban hasta la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, y bueno, también la América de Trump.

Ahora, México corre el riesgo de ser el próximo.

Crecí en la ciudad de México en un momento en que el país era una dictadura represiva de partido único casi totalmente dependiente de los ingresos del petróleo. Durante casi 40 años, he visto cómo se convertía en un estado multipartidista con una base manufacturera próspera, una clase media en crecimiento y, al menos, una creencia en la responsabilidad política. Eso es progreso, y un recordatorio de que la miríada de descontentos de México, aun siendo algo grave, también evidencia expectativas crecientes.

Odiaría pensar que todo eso ahora será desechado.

Mientras los mexicanos emiten sus votos, espero que recuerden que los salarios del resentimiento popular con demasiada frecuencia acuñan la ruina de la política. Lo último que ellos necesitan ahora es un Donald Trump propio.

 

NOTAS

1 Se llama Gran Recesión a la crisis extendida entre 2006 y los primeros años de la década de 2010 en diversas regiones del mundo, misma que fue precedida por la crisis financiera de 2007-2008 (la cual obligó al gobierno de E.U. a rescatar bancos) y ha sido atribuida a errores acumulados de varios gobiernos nacionales, particularmente la crisis de hipotecas subprime en Estados Unidos. Según el FMI, fue la peor recesión internacional desde la Gran Depresión de 1930.

2 “Deep state”. La ciencia política estadunidense designa con esa expresión a órganos informales, paralelos y que trascienden las sucesiones de gobierno, muy influyentes en la toma de decisiones y que escapan al control del electorado. Equivale hasta cierto punto a la expresión “mafia del poder” empleada por López Obrador. Originalmente peyorativa, la expresión “deep state” ha sido aplicada por los politólogos de lengua inglesa específicamente a los estados de Turquía y la Rusia postsoviética.

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