Los Idiotas / Javier Vayá Albert (España)

Allá por el año 1998 el polémico director danés Lars Von Trier estrenaba la película Los idiotas. En esta cinta la premisa era la de un grupo de jóvenes que deciden actuar como deficientes mentales para tratar así de subvertir las convenciones sociales establecidas. El film, como la mayoría de los de su director, causó bastante revuelo y posturas totalmente enfrentadas a favor y en contra. No solo por la calidad cinematográfica, también por lo que su discurso moral tenía de verosimilitud o de pose.

Me pregunto qué pensará hoy en día el bueno de Von Trier al comprobar que veinticuatro años después es precisamente la idiotez la que otorga éxito social. Hoy quienes triunfan, se llenan los bolsillos e incluso toman decisiones trascendentes, son los idiotas. En pleno 2022 si quieres ser alguien en la vida, querido amigo Lars, tienes que ser un redomado idiota.

Parafraseando el maravilloso y certero monólogo del enorme Jesús Quintero, analfabetos e ignorantes los ha habido siempre, pero antes se avergonzaban y ahora se enorgullecen. Resulta demoledor escuchar de nuevo aquel discurso suyo del año 2012 por lo que tiene de premonitorio. Quintero se refiere sobre todo a la televisión, pero el mayor vehículo para la idiotez ya estaba creciendo como un virus, las redes sociales. No, no van a encontrar aquí una diatriba rancia contra las redes sociales cuyo uso, como el de casi todo en la vida, es maravilloso o aberrante según quien y como las maneje. Sin embargo esa clase dominante de idiotas han encontrado en este medio su paraíso, más que artificial, virtual, pero que por desgracia repercute en el mundo real. Si es que este último existe todavía, tema quizá para otra ocasión. Es curioso como la era en la que cualquiera puede acceder a toda la información del mundo con un solo click, sea también la era de la idiocia.

Ahora lo que se quiere ser de mayor es idiota. Profundamente idiota. El idiota que trata de humillar a una camarera y no pagar su consumición, precisamente alega no hacerlo porque le siguen miles de su calaña. La imbécil que se graba bailando o posando con un monte arrasado por un incendio detrás lo hace porque sabe que conseguirá infinidad de likes de imbéciles como ella. De igual modo el majadero que tira la basura por la ventana o la subnormal que se come un tiburón en peligro de extinción. Los idiotas, en lugar de hacer un favor a la humanidad y ser ellos quienes se extingan, no cesan de crecer y multiplicarse. También nos encontramos con un puñado de oligofrénicos niños de papá, especie esta donde la idiotez abunda además de manera endogámica, de fiesta en sus yates contaminando más si cabe el Mar Menor. Nos desayunamos con hoteles acogiendo multitudinarias convenciones de terraplanistas como la cosa más normal del mundo. Vemos como esos idiotas mediáticos mesiánicos que se hacen llamar economistas acuden a un macroevento sobre criptomonedas. Secta cumbre de la estupidez por antonomasia llevada por críos reguetoneros vestidos como comerciales de inmobiliaria.

Lo peor de todo esto es que si leen la definición de idiota no hallarán en ella mención alguna de maldad. Y en todas estas actitudes se vislumbra una intención malvada, de lucro, o que cuanto menos no permite vislumbrar ningún rastro de empatía o preocupación por los demás. Quizá lo que llamamos idiotez sea en realidad algo mucho más terrible, algo como la psicopatía o el desprecio absoluto hacia el prójimo. A menudo la línea que separa lo imbécil de lo taimado es demasiado fina. Principalmente porque a los segundos les convienen especialmente los primeros. Incluso más de uno y una han cosechado una próspera carrera política disfrazando su malicia de simpática e inofensiva estulticia. Lo del tonto útil multiplicado por miles, por millones. Menudo chollo para los poderosos que de idiotas no tienen un pelo.

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Los idiotas /Javier Vayá Albert, El Imparcial (España), Agosto 30