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Pensarnos, vernos, sentirnos, como derrotados, como perdedores, como víctimas, ante y frente a cualquier circunstancia, en particular en relación con el exterior, con el mundo, es una situación que históricamente ha impedido creer en nosotros mismos.
Complejo de inferioridad nacional, que nos impide ver cómo y qué tanto hemos avanzado y cambiado.
De nuevo acotaré: no se trata de desconocer la grave problemática de nuestro país, y nuevamente, insistiré, problemática grave, tolerada y en algunos casos, propiciada y promovida por nosotros mismos, como son los casos de corrupción y violencia.
Pero así como los propiciamos o los toleramos, en cuanto, actos humanos, podemos también revertirlos, disminuirlos y en un momento dado, anularlos. Si anular la corrupción y la violencia.
Para empezar, no participando.
Es decir, no recurrir a la corrupción, por nosotros mismos.
No ejercer la violencia, no tolerar la violencia, en cada uno de nuestros círculos familiares, educativos, laborales y demás medios sociales donde nos movemos.
Porque ahí es, donde empieza todo.
Muchos pretenderán imputar al “sistema”, tanto la corrupción como la violencia, que desde luego existe, sin embargo, la naturaleza socio-humana de ambas problemáticas nacionales, no escapan a nuestras facultades personales, familiares, educativas, laborales y demás ámbitos en los que nos relacionamos.
Hay quienes lo han hecho, lo están haciendo y se dan cuenta, que independientemente del “sistema”, cada uno, cada una, puede modificar las realidades negativas, en sus propios entornos.
Los cambios, los grandes cambios, empiezan con pequeñas acciones, que al irse extendiendo, empiezan a modificar también al “sistema”.
Hoy, como quiera que sea, es posible ganar un litigio a cualquiera de los tres niveles de gobierno, cosa material y jurídicamente imposible, hace apenas 30 años.
Ocurre lo mismo con la posibilidad que tiene cualquier persona “de a pie”, el poder obtener información pública, que como su nombre lo indica, siempre debió ser pública, pero no era así.
En materia de derechos y en particular, en materia de Derechos Humanos, hemos dado un salto cuantitativo y cualitativo, impresionante, como ocurre igual con la libertad de expresión y de manifestación.
Más de uno pretenderá corregirme, tomando como base el número de personas “desaparecidas” y muertas, en particular, mujeres y periodistas.
Condenables e injustificables hechos, sí, pero que no pueden ser imputados a una voluntad deliberada e intencional por parte del Poder Ejecutivo federal.
Las mexicanas y mexicanos tienen hoy en sus manos, más posibilidades de cambiar el curso de muchas decisiones, que hace tres décadas, era impensable.
No solo ocurre en el ámbito de las decisiones políticas, también en las económicas, sociales, educativas, culturales, deportivas y religiosas.
Ello es posible, porque el poder se ha democratizado y falta todavía que se democratice más, pero, de que se ha avanzado y que han cambiado muchas cosas, evidentemente es innegable.
De que falta mucho, si, falta mucho, pero realidades y estructuras, “sistemas”, que se habían mantenido por siglos vigentes, ya no lo están.
Esos avances, hechos, impulsados y promovidos por mexicanos y mexicanas, no deben ser minimizados.
Se debe seguir avanzando, se puede seguir avanzando, se va a seguir avanzando, para seguir cambiando y revertir también, la violencia y la corrupción.