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Covid & Fanatismo Político

 

El asunto es simple. Si al gobierno chino se le escapó de un laboratorio el virus Covid-19, alguna responsabilidad debe tener en la muerte de un cuarto de millón de personas y cerca de 4 millones de infectados. ¿Por qué tienen que pagar los costos de tal imprudencia otras naciones, los gobiernos la atención médica y las familias la rehabilitación, sepultura o cremación de los que no sobrevivieron al virus?

El reclamo de Trump al gobierno comunista de China es de sentido común, mas choca con los intereses de la ideología política. En todo el mundo, los regímenes de izquierda han consensado, con la OMS a la cabeza y en sentido contrario a los gobiernos de Australia y Estados Unidos, no investigar ni transparentar el presunto accidente.

Es vergonzoso. Debería avergonzar a esos gobernantes su digamos “compló” que antepone la fe política al interés de los propios pueblos. En vez de exigir transparencia ante la tragedia, alzan contra la verdad un coro grotesco de agradecimientos y reconocimientos al dictador Xi Jinping.

Hay un agravante: está documentado que el gobierno comunista ocultó desde diciembre y minimizó hasta enero, con ayuda de la OMS de Tedros, la gravedad de la pandemia originada hacia noviembre en Wuhan. Casi seguramente en un laboratorio de virología y no en un mercado de pescado.

No hay forma de borrar los indicios de ocultamiento intencional por parte de la dictadura china. Están las capturas de pantalla con advertencias de Li Wenliang y otros médicos de la región de Wuhan, que desde diciembre alertaron a través del Twitter chino acerca de la gravedad del peligro. Están las declaraciones a la prensa de familiares de los médicos a los que se acusó, al fin de silenciarlos, del delito de decir “mentiras” en las redes sociales. Al menos una doctora sigue desaparecida desde febrero dizque por mentirosa .

Esta semana, Trump se refirió a la estrategia seguida por China. Reclamó al gobierno de Jinping haberse preparado desde enero, mientras nos ocultaba a todos los demás el peligro inminente… fabricando pertrechos sanitarios. Ahora resulta que dicho régimen es el mayor proveedor europeo de mascarillas, trajes y respiradores; y vemos a los gobiernos afines a la ideología marxista pagar al contado y por adelantado a las compañías del gigante asiático.

Algo queda del negocio, claro, al gobierno de Jinping para hacerse propaganda filantrópica regalando materiales. Así sea al modo chino, a juzgar por noticias sobre los defectuosos rechazados en España, Noruega y la India. Genio y figura.

En América Latina, ante la pandemia varios presidentes “populistas” de izquierda están anteponiendo su identificación ideologizada con China al interés nacional (todos los muertos tenían bandera y la tienen los contagiados), propiamente humanitario de esclarecer el origen del coronavirus. Todos tenemos bandera; sin embargo, Nicolas Maduro, Alberto Fernández y López Obrador no han escatimado agradecimientos al gobierno asiático en vez de pedir aclaraciones. No parecen estar lo bastante molestos con la tragedia causada por el virus en sus propios países.

¿Por qué no exigir a Jinping transparencia y paso franco a una comisión internacional de virólogos, como proponen Australia y Estados Unidos? Por la memoria de tantos muertos -que en México suman ya cerca de 3 mil- es un deber global.

La muerte de 2,704 mexicanos debiera importar al presidente de México más que cualquier ideología, particularmente porque científicos notables han opinado públicamente que el Covid-19 fue creado por colegas chinos. La pandemia excede a China y su interés nacional (sea lo que por esto entienda el dictador asiático).

COHETERÍA

PARADOJA   La izquierda castrista de Latinoamérica atisba, ahora en China, una segunda oportunidad global a creencias fallidas de su juventud. Su esperanza es el PIB chino que los despistados atribuyen a una supuesta superioridad del estatismo colectivista sobre las naciones fundadas en las libertades personales. A la inversa, y a pesar de cargar un clóset desbordado de cadáveres, los mandatarios amigos de dictaduras comunistas (Cuba, China, Norcorea, Vietnam) y neocomunistas (Venezuela, Nicaragua, Rusia) emplean un modito altanero y una arrogancia moral hacia las democracias occidentales que delatan su nulo aprendizaje sobre el fracaso del imperio URSS.

Posiblemente Maduro, Fernández ni López Obrador leyeron nunca el Archipiélago Gulag. Parecen mucho más impermeables a la verdad que los camaradas húngaros que se desmayaban mientras oían las revelaciones oficiales del XX Congreso del PCUS relativas a las atrocidades del icónico Stalin (lo cuenta Deutscher). E indiferentes por entero, a las infamias sucesivas de los Mao, Pol Pot, Hoxa, Castro Ruz, Chávez, Maduro, Ortega.

El fanatismo político suele ser así: se recubre siempre con una muy gruesa capa de ideología que insensibiliza el corazón y entumece la razón de los fieles. Se observó en las teocracias cristianas de Nueva España y la Europa de la contrarreforma, se observa hoy en las islámicas; y lo mismo en los totalitarismos laicos del nazismo y el estalinismo, el maoísmo y el castrismo.

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