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El altar de los devotos

Victor Hugo dejó escrito en su maravillosa obra Los miserables que “El más bello altar, es el alma de un infeliz consolado en su infortunio, y que da gracias a Dios”. Me he estado repitiendo esta frase desde el 19 de septiembre, cuando ante la tragedia del sismo, las autoridades mexicanas sumaron esfuerzos por atender los daños a templos religiosos antes o al mismo tiempo que a viviendas particulares y centros educativos.

Claro está que como cualquier sitio considerado patrimonio cultural, es de primera necesidad atenderlo, pero verdaderamente preocupa que esa fe que tenemos como mexicanos nos ciega muchas veces de ciertas carencias que tenemos como sociedad.

En términos generales, hemos sido educados bajo la doctrina católica y la idea de que los templos y las imágenes son necesarias para orar. ¿Sería exagerado afirmar que la religión es el opio del pueblo como lo hizo Marx? Yo creo que no.

Desde la época de la colonia, la evangelización fue un proceso de mercadotecnia sujeta a la ignorancia de los aún no creyentes. Bastaba con prometer un descanso eterno después de esta vida de sufrimiento para quitarle sus pertenencias a los files. Actualmente los grandes escándalos de corrupción en la iglesia son cada vez más frecuentes, así como las actividades de las que se han sostenido.

Pienso que los grupos religiosos representan una gran fuerza para el país, las ideologías siempre son buenas y tener una causa es muy importante para cualquiera. El problema radica en que en ese deseo de seguir la palaba de Dios se nos olvida la importancia de verdaderamente ayudar al que tenemos la lado: preferimos donar a la iglesia para remodelar las cúpulas en lugar de darle de comer al pobre, elegimos ir a misa en lugar de visitar al enfermo y decidimos repetir evangelios en lugar de aprender economía, ciencia, historia, geografía, política… tantas lagunas que tenemos y que nos impiden pensar racionalmente y salvarnos en la única vida que tenemos segura.

Es personal la elección, pero sea cual sea tiene un enorme peso para México, por eso quiero terminar con una reflexión: la religión y la ciencia son dos lenguajes para explicar la vida, ambos son necesarios para cumplir nuestras necesidades emocionales, pero doblegarnos a uno y permitir que comiencen a decidir por nosotros es tan peligroso como no tener ni un solo credo.

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