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Absolutismo Platónico

Ramiro Gómez Barrueco /El Nuevo Herald (E.U.), 24 Dic

Platón (427 a.C.) en su libro El Banquete, escribió sobre el amor; sus lectores acuñaron la frase “amor platónico” refiriéndose a la sublimación sexual. Nosotros podemos acuñar la frase “absolutismo platónico”, refiriéndonos a la sublimación dictatorial, que planteó el filósofo en su libro La República. Las interpretaciones superficiales de El Banquete están muy lejos del profundo mensaje gnoseológico, la dialéctica platónica, que plantea la existencia del mundo inaccesible de las ideas perfectas; tema ajeno a nuestro artículo.

El absolutismo es el sistema político en que el gobernante no tiene limitación de facultades. Fue Platón en su obra La República, el primer libro occidental de filosofía política, quien defendió el absolutismo en su ciudad-estado ideal y sus reyes filósofos. La república platónica no es democrática, ni considera ciudadanos a sus integrantes, como en las polis griegas clásicas. Influenciado por las leyes draconianas de Licurgo, la aristocracia militarista espartana y el brahmanismo védico, defiende las castas sociales. Brahmanes, Chatrias, Vaisyas y sudras son, en su República, los reyes filósofos, los guerreros, los trabajadores manuales y los esclavos.

El feudalismo profesó relativamente esta concepción platónica. Los Capetos, Los Plantagenets y los Borbones impusieron finalmente la Unidad Nacional y la Autoridad Real en Francia, Inglaterra y España. La edad moderna estuvo saturada de monarquías nacionalistas absolutistas. Luis XIV de Francia inmortalizó la sentencia que define paradigmáticamente el proceso monárquico absolutista: El Estado soy Yo, (L’Etat C’est Moi).

El acta constitucional proclamada en la Inglaterra victoriana en 1867 marca un hito, como la transición final a la monarquía constitucional, que notoriamente comenzó con La Revolución Gloriosa en 1688. No fue obra de la casualidad sino de la victoria del pensamiento liberal de Locke sobre el absolutista platónico Thomas Hobbes.

Con las revoluciones de USA y Francia surgieron los estados modernos que presionaron la transformación de las monarquías constitucionales en parlamentarias. Pero la Era Contemporánea ha sufrido y sufre regímenes absolutistas y totalitarios, ya sean políticos o teocráticos. Los más retrógrados ejemplares son las monarquías absolutistas (totalitarias) como Corea del Norte y Cuba. La involución de las monarquías parlamentarias y las democracias hacia los absolutismos sigue un patrón conductual que es objeto de nuestra consideración.

La piedra angular de los absolutismos occidentales contemporáneos radica en partir de una crisis real, creada o exagerada; y la compra de la solución entregando el tesoro de la libertad individual. Pero el yo esencial inalienable, es parte, pero no es intercambiable por el nosotros, y mucho menos por el tú. Esos truenos siempre anuncian una tormenta moral y social. Se crea la falsa y trágica necesidad de un Zeus social, de un Cid Campeador nacional o de un Robin Hood proletario.

Ortega y Gasset, Gustavo Le Bon y Arthur Koestler consideraban que esta invasión vertical de los bárbaros obedece a la debilidad emocional, no al coeficiente de inteligencia, de la zona cortical cerebral ante la ofensiva de los grandes manipuladores que se apoderan del tálamo popular. Fabricación de Absolutistas Platónicos. Albert Einstein en un aula de física nuclear es un genio pero en un estadio deportivo es un fanático. En un mitin político también. El ejercicio racional decisivo debe ser personal.

La vanguardia absolutista comienza demonizando el engranaje institucional. Generalizan la corrupción, la indolencia y la ineficiencia para justificar la necesidad (innecesaria) de un poder ejecutivo mesiánico todopoderoso. Así logran someter al poder legislativo, al judicial, “al religioso” y muy particularmente a la prensa libre. Para ellos son traidores mentirosos, contrarios al destino manifiesto de su país y de su pueblo y deben desaparecer. Cliché practicado por muchos tiranos absolutistas: Hitler, Lenin, Mussolini, Stalin, Castro, Chávez…

El paso decisivo de la instrumentación dictatorial es el control del poder militar con dinero, gloria o terror. Purgados los infieles, el resto, históricamente, son fichitas de dominó. Sólo la firme voluntad institucional de un pueblo puede detener a los usurpadores del poder democrático.

No podemos confundir la admiración por un líder institucional con el sacrilegio de la sumisión a un caudillo mesiánico.

No se vislumbran horizontes de paz en el entorno institucional mientras sobrevivan las nubes negras del absolutismo platónico.

Ex preso político. Escritor. Empresario.

Link  http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/article191292079.html

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