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Samuel Ahuactzin: la luz de lo sagrado

El contexto último de la vida, o más aún, la paz de la nada, causa miedo, mutismo, temblor, ceguera prolongada.

De las profundidades ennegrecidas del dolor y de la muerte surge el resplandor cromático de Samuel Ahuactzin: desafía las profundidades de lo sacro para devolver lo hallado: luz más luz que de tanto resplandor ha causado en el que contempla y el que sufre una sensación de vacío: se devuelve hacia el origen de la oscuridad primigenia.

Este artista, dotado de riesgos y pinceladas sufrientes, escribe sobre el lienzo de la piel humana y así reinterpreta la belleza sobreemiente de ese Cristo que creció en la edad, el poder y la sabiduría y, puesto en una cruz, se vale de él para hacer crónica de la ilímite crueldad, del sadismo, la displicencia y la metafísica del desnudo sagrado: el sexo expuesto.

El desnudo obsesiona al arte occidental y es retórica pertinaz en la obra de Samuel Ahuactzin.

Crux nos confirma una tesis: el desnudo no está absolutamente manifestado. Sobre el madero en forma de cruz, a propósito de un crucificado –si bien es una forma y manifestación conocida–, hay un laberinto de interpretaciones no exentas de peligro y seducción; es insoslayable la connotación libidinal, los rictus musculares que hacen guiños a las oscuridades de la perversión.

Crux, al mostrar la supuesta inmovilidad de los cuerpos humanos, mueve al espectador desde lo espiritual hasta el convite exegético, perturbador  de cada pintura. Crux manifiesta el paso de la oscuridad a la luz y su intensa manera comunicable a partir de las técnicas por el artista elegidas, temple sobre papel y acrílico sobre tela.

La aparición de determinados elementos u objetos le es legítimo a su creador; lo aparente simple o recurrente no lo es si revisamos la obra toda del maestro Ahuactzin: indaga valeroso y resuelve que si bien hay que ser luz y no tinieblas, es de esta de donde venimos y es, acaso, la simiente única de luz verdadera.

En puridad, los Cristos de Samuel Ahuactzin representan la resurrección del arte religioso, un Vía Crucis dialogado, epifanía que sabe de riesgos y cadencias que remiten directamente al alma del hombre.

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