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“El último vagón”

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Recién estrenada en Netflix, la cinta de Ernesto Contreras cuenta la historia de Ikal (Kaarlo Isaacs), un niño de 11 años aún analfabeto porque el padre, trabajador de vías de tren, cambia de localidad constantemente; por primera vez comienza a asistir a una escuela de manera regular bajo el apoyo de una maestra (Adriana Barraza), comprometida a fondo con la formación y la educación de sus alumnos. El salón de clases es un vagón de tren, donde el niño descubre la amistad y las cosas severas de la vida con un grupo de chicos, más un perro, Quetzal, personaje por derecho propio.

Adaptada de la novela homónima de la española Ángeles Doñate –ella misma involucrada en el tema de la educación–, El último vagón (México, 2022) se injerta bien en la historia y la cultura mexicanas; el impacto en la vida de las comunidades, el contraste económico con los ricos terratenientes, la injusticia social, el desarraigo constante de los trabajadores y sus familias, y las deficiencias en la escolaridad de los niños. Adriana Barraza logra encarnar el arquetipo del pedagogo auténtico, intemporal y encajado, a la vez, en un contexto histórico.

Un cierto anacronismo de la cinta funciona en dos niveles, el del sistema educativo cuya falta de recursos se compensa por el entusiasmo y el compromiso de los educadores, y el desfase temporal sobre el que pesa la sombra de Don Porfirio, el desarrollo de ferrocarriles, hacienda y prisión propia. Pero el asunto de la injusticia social que padecen los trabajadores y sus familias queda un tanto en el plano de fondo, porque el verdadero antagonista es el decreto de una supuesta modernización de las escuelas: un inspector en motocicleta (Memo Villegas) recorre las comunidades para anunciar el cierre de ellas, sin que parezca claro cuál es la alternativa y menos aún cómo se aprovechará el esfuerzo y el talento de los héroes anónimos de la educación.

Hay que confiar mucho en el talento de Ernesto Contreras para animarse a comenzar a ver El último vagón que se anuncia con mensaje (al maestro con cariño), buenos sentimientos, niños y hasta perro; el riesgo es la melcocha pura, pero el director de Párpados azules (2007) sabe cómo impregnar de emociones el ambiente en el que existen sus personajes, explora el rango afectivo de cada uno de ellos (porque conoce a sus actores), y hace sentir cómo vinculan sus afectos entre sí; todo de tal manera que aun una situación melodramática conmueve.

Como si la nostalgia fuese el elemento natural del director de Sueño en otro idioma (2017), escenificación y movimientos de cámara establecen simultáneamente el presente de la acción y el pasado de lo que fue; ejemplo clave, la fotografía de la maestra y su grupo de alumnos, importante en la vuelta de tuerca del relato, que establece la mirada de un niño que sabe que las cosas se pierden; escuela y vivienda dentro de un vagón de tren evocan pobreza junto con fortaleza para adaptarse y sobrevivir. Incluso las secuencias, un tanto apresuradas al inicio porque al director le interesa que su público tenga un panorama claro del lugar, se revelan como metáforas del tiempo y de la vida que pasa, tal la imagen recurrente del tren en el cine de Ozu.

 

https://www.proceso.com.mx/cultura/2023/6/10/el-ultimo-vagon-308591.html

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