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Terror en Culiacán

La toma de Culiacán por el cártel de Sinaloa no es un asunto menor. Hay al menos 8 muertos, decenas de heridos, secuestro masivo, terrorismo. Pese a la infortunada opacidad exhibida por el gobierno de México, fue la tercera masacre de la semana, sumadas Aguilillas el lunes y Tepochica el miércoles.

Dicho lo anterior me permito disentir de la corriente para asentar mi apoyo insignificante a la decisión del presidente López Obrador de “proteger vidas”. Suena sensata y pienso que la valida el realismo. Ahora sabemos que entre el comienzo de la toma de Culiacán hacia las 3 de la tarde del jueves, y ya entrada la noche, a eso de las 7 ú 8 pm, hubo negociaciones entre el gobierno de México y el cártel de Sinaloa comandado in situ por Archivaldo Guzmán jr.

SEDENA confirmó 8 muertes y 16 heridos. FOTO Reuters

 

¿Se debe negociar bajo circunstancias extremas con criminales homicidas? Ca depend. El punto es saber qué tenía el hijo del Chapo para negociar la liberación de su medio hermano Ovidio Guzmán López alias “El Ratón”. Pues bien, el cártel de Sinaloa mantenía secuestrados a 6 soldados y sitiada una unidad habitacional donde viven familias de militares. Además, colocó dos pipas de combustible explosivo en sendos puntos de alta concentración poblacional de la capital de Sinaloa. Es lo que negoció Archivaldo a cambio de Ovidio.

No fueron las ráfagas al aire o dirigidas al azar contra civiles no beligerantes, lo que logró liberar al narcojunior. Las fuentes disponibles en redes sociales, basadas algunas en las declaraciones del titular estatal de Seguridad, indican que fue el terrorismo.

Se entiende, pues, a que se refería el presidente en su mañanera de Oaxaca, cuando avaló la liberación con estas palabras: “Porque estaban en riesgo muchos seres humanos”.

Pánico en las calles. (You tube)

 

Tiene razón el presidente. Archivaldo, Ovidio ni su papá juntos, valen ni media vida de un inocente. De entrada, porque narco-traficar no es el peor delito de esa famiglia de maleantes. Son, sobre todo, homicidas seriales atenidos a la crueldad cobarde, la infamia, la abyección moral, la deshumanización de las víctimas de su pueril codicia. (Pueril: ¿qué hacen los junior del Chapo, siendo ya tan ricos, reeditando la infame vida de su papi?)

Los hechos son los hechos. Sin una estrategia adecuada y fuerza suficiente, ningún gobierno puede contra criminales que toman rehenes (sean soldados, familias o paseantes).

Es relativamente sencillo matar al estilo terrorista: se consigue explosivo y se le hace estallar donde haya gente. Además de sus conocidas cárceles para secuestrados (miles de personas al paso de décadas), las FARC de Colombia (ligadas al cártel de Sinaloa) idearon cargar perros callejeros con explosivo que activaban una vez que los animalitos reingresaban al mercado. No hay manera de evitar que se tome como blanco a la población ajena a reivindicaciones religiosas o políticas de tal y cual tribu o grupo. ¿Cómo se previenen masacres como la de atletas en Alemania, la sofisticada de oficinistas y transeúntes en Manhatan, las de asistentes a los conciertos de Manchester y París o contra  usuarios de un ferrocarril en España?

El terrorismo, el intento de obtener ventajas políticas o económicas mediante el asesinato indiscriminado o la toma de rehenes, lleva mucho tiempo en México aunque oficialmente no exista. Está en los cientos o miles de cabezas humanas (nadie sabe cuántas) regadas al paso de las décadas por los criminales en calles, restaurantes, bares y plazas, y en los colgados en los puentes, y en los narcomensajes. Los narcos no se conforman con matar, buscan intencionalmente aterrorizar a la población.

Atacaron indiscriminadamente a la gente. FOTO economiahoy.mx

 

La mitad de las ciudades y los pueblos del país están bajo el control cotidiano de organizaciones criminales ligadas al narcotráfico. Lo peor que nos podría ocurrir a los mexicanos es que nuestro gobierno se rindiera ante los cárteles como hizo Colombia dos veces, primero al autorizar a Pablo Escobar su propia “cárcel” resguardada por sus propios sicarios; y más recientemente, con bendición de la “comunidad internacional”, al regalar el perdón y 10 asientos legislativos a los capos de las FARC.

De poco y nada sirvió esa doble rendición del Estado sudamericano ante el crimen. El único no delincuente que ganó con los Acuerdos de La Habana, un premio Nobel, fue Juan Manuel Santos, bajo cuya presidencia creció exponencialmente la cosecha de cocaína.

Parte del problema que toca resolver al presidente mexicano es la comunicación. El reto del gobierno de López Obrador es mayúsculo, pues desde siempre los gobernantes han saturado la prensa de versiones oficiales que minimizan, soslayan, encubren, disimulan, esconden el problema del narcotráfico. ¿Realmente le ha servido de algo a México meter bajo la alfombra el problema del narco; o en los hechos ha favorecido a los criminales ese digamos pudor institucional y periodístico ante un foco rojo de millones de watts?

Ojalá entienda el presidente que en Culiacán, México llegó al límite.

Está bien que desoiga a los que le apuran a usar la fuerza del Estado -más interesados en verlo dar un traspiés que en resolver el problema. Está bien que en esta ocasión, sólo esta vez haya elegido López Obrador rendirse ante los juniors del Chapo Guzmán.

Lo que no cabe, una vez puestos a salvo los habitantes de Culiacán así como los soldados secuestrados (“retenidos”, dicen las autoridades) y sus familias cercadas, es suponer como acaso los predecesores en Palacio Nacional que las narcodivisas que triplican las ganancias de Pemex valen las vidas de tantos mexicanos.

Tal camino no lleva a ninguna parte.

COHETERÍA

La era capitalista ha sido la mejor para el pueblo (en la acepción de gente  sencilla, de a pie, pobre o mediocre por oposición a las élites) de toda la historia humana. Ha habido buenas épocas antes, mas en ninguna la población llegó a ser más igual entre sí ni tan libre, mejor alimentada ni albergada en cuevas mejores.

Dos vertientes del socialismo totalitario ensayaron en el siglo XX rutas alternativas al capitalismo. Una fue el efímero nacionalsocialismo de Hitler; la otra sigue vigente, si bien matizada: el comunismo soviético. Ambas fracasaron. La del cabo germano al dar a Speer la orden, antes de suicidarse con Eva, de destruir lo que quedara de Berlín mientras aún morían peleando niños a los que puso armas en las manos para que retrasaran algunos días el naufragio de sus macabros delirios.

El sueño no menos oscuro de Lenin y Stalin de crear un Estado similar al de Hitler se rompió –eso creíamos- cuando Gorbachov, presidente del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), se sinceró consigo mismo y ante sus camaradas y el mundo, al revelar la naturaleza tóxica y dictatorial del régimen soviético. Pero este pasaje de la historia reciente es complejo porque ha sido muy manoseado por políticos e ideólogos. Lo abordaré en próximas coheterías.

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